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Lo dijo mi muy querido amigo y mejor maestro, Miguel Delibes: “Yo no soy un escritor que caza, sino un cazador que escribe”. Justo y cabal. Y comprendo que algunos lectores se sientan incómodos cuando cuento cómo le disparo a determinados animales silvestres. Prometo, eso sí, ser más comedido, para no herir sensibilidades.

Por ejemplo, el domingo pasado. Fuimos de caza a un paraje especialísimo, un “paisaje del alma”, porque no en vano, trascurrieron en él muchos días de aquella añorada y perdida infancia. La Casa de las Viñas en la Jara de Mora- les.

Lo de menos fue que estuve, de puesto, por bajo de la fuente de “Catalina Pérez”, esperando a que la zorra se pusiese a tiro; lo de más sucedió luego, cuando nos juntamos para el refrigerio asado, y lo hicimos par de la casa su- sodicha, en la que ya he dicho que trascurrieron dorados días de aquella ya nebulosa adolescencia.

Mientras unos y otros parloteaban, bebían y comían en torno a las fogatas del otero que hay cabe la casa, yo me deslicé hacia la misma a reconocer y recordar.

Cuánta pena y nostalgia por todo aquello irremisiblemente alejado. En el ex- terior han cambiado algunas cosas, pero se mantiene la estructura primitiva. No las puertas, que las viejas, de madera y dos hojas, han sido sustituidas por unas enterizas de metal. Todo cerrado a cal y canto, y con los desperfectos de la edad.

Me dio un pálpito emotivo mientras deambulaba despacio en torno a aque- lla casa en la que comí, dormí y percibí tantas cosas de la vida. Allí dentro estarán, cubiertos de telarañas y del polvo de los lustros, los motivos de mis recuerdos. El alcabor de la lumbre en el rincón, la alcoba de la diestra, el comedor a la izquierda, las alcayatas de las que pendían la escopeta, la ca- pa-gabán del tío, los enseres…y los espíritus-fantasmas del tío F. y la tía A.

Y desde el umbral de la puerta, el idílico panorama del paisaje: al fondo de poniente, el mar de Alcántara, la hondonada misteriosa de Valdealosa, el ca- mino de la Cumbre, tierras garrovillanas en lontananza…pesadumbre y me- lancolía


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