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La ética y la estética. Y al revés

Nadie puede ignorar la importancia de la imagen en el discurso político. No se me ha olvidado el comentario de una compañera progresista, la primera vez que avistamos al grupo de mujeres que iban con José María Aznar cuando llegó al poder nacional. “Las avanzadas parecen ellas, y nosotras, unas monjas ursulinas”. Era cierto, su porte así lo anunciaba. Moderno e incluso trasgresor, aunque luego el discurso fuera más reaccionario. Algunas de esas mujeres ocuparían, más tarde, puestos de primera línea: dos fueron Presidentas en ambas Cámaras, o fueron alcaldesas en capitales de provincia importantes, con lo que el balbuciente discurso feminista de entonces se hizo nítido a los ojos del común de los mortales, sin necesidad de incidir tanto en lo teórico o en el concepto de la “cuota”.

En una ocasión me preguntaron por qué busco siempre ropas juveniles al vestirme. Mi respuesta fue bastante obvia. Primero por gusto, segundo porque cuando uno trabaja con jóvenes a los que pretende ayudar en algunas cuestiones educativas, conviene que su lenguaje y aspecto sean vistos por ellos como atrayentes y eso no se consigue si el estilo y la ropa se aleja mucho de lo que son sus códigos estéticos propios. Yo diría que sirven también a modo de anzuelos pues el cuerpo y el espíritu en cada persona forman una sola unidad y se retroalimentan.

Lo mismo que la ética y la estética. Ya lo dijo el profesor José María Valverde, al tomar una actitud que hoy posiblemente sería impensable en la mayoría de catedráticos. ¿Recuerdan? Dimitió de su cátedra de Estética -porque “sin ética no hay estética”- solidariamente con sus colegas José L. Aranguren, Tierno Galván y Agustin Garcia Calvo, a los que las autoridades académicas del Régimen echaron de la Universidad.

Tampoco (supongo) existe la estética sin la ética. Yo provengo de un tiempo político en el que se buscaba revestir las justificaciones de cualquier planteamiento público con una cierta  inteligencia. Mi generación fue adiestrada para creer que el mundo podría volverse mejor si se atajaban las diferencias sociales y se creaba un estado de bienestar siguiendo el patrón de los países demócratas más avanzados y con mayores niveles de vida. De ahí la instauración de unas educación y sanidad básicas generales, aún siendo todos nosotros personas criadas en tiempos en los que ambas faltaban.

Se hizo porque se creyó que podía hacerse, y años más tarde, nuevas generaciones se han beneficiado de ello con total normalidad. Sucede, no obstante, que hoy no solo han cambiado los receptores de aquellas medidas, sino también las actitudes de los grupos políticos, que parecen dar por sentado que una imagen general buena no es necesaria para ganar unas elecciones. Y ni la buscan.

Cada organización debe saber lo que le interesa, así que yo, personalmente, no tengo nada que objetarles; mi reflexión tiene tan solo un tinte genérico, obtenido de las teorías en boga para asuntos de conversión y adoctrinamiento. Cada vez que alguien se coloca ante un público (no convencido de antemano) para tratar de exhortarlo, debe romper la barrera psicológica existente entre ambos que busca evitar eso mismo. Y parecen escasear los conferenciantes solventes.