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Iba yo a leer la noticia de la boda de Nadal, animada por un titular malévolo donde decía
que tendría ausencias importantes, cuando detuve en seco el gesto, diciéndome a mí
misma que no me interesaba, habida cuenta de que su mundo y el mío están bastante
alejados. Para qué rellenar la cabeza de cuestiones particulares, tan ajenas que solo
afectan a sus allegados y a los medios de comunicación, que así tienen materia para
escribir (me dije muy sesuda), vayamos a otros asuntos de común interés.

Estos últimos días escucho la radio con mayor atención si cabe. Ayer explicó la periodista
que se hablaba continuamente de la Cataluña con fuego, porque la Cataluña normal, la
que trabaja y va y viene no es noticia, y yo pensé que cada vez hace más falta una buena
preparación para intentar comprender de qué conversamos los unos y los otros cuando lo
hacemos. Hoy, me ha agradado escuchar a buenos profesionales de la comunicación
tratar este asunto haciendo una autocrítica velada sobre las diferentes varas de medir de
lo que se considera importante por el sector con respecto a unas cuestiones u otras del
mundo real.

En política, hay que saber interpretar (entre líneas) los discursos y la imágenes. Por
debajo de un texto conmiserativo puede estar un no saber que decir, o la ironía más
descarnada. Incluso un ataque fiero al contrincante político. Cuando se pide la dimisión de
un concejal o cuando se vota en contra de una moción, ambas cuestiones no son
consecuencias directas de cuánto malo haya podido hacer el edil, ni tampoco significar
necesariamente una postura en contra de aquello que dice el texto escrito, sino que
puede haber otras causas implícitas del más alto pedigrí, como por ejemplo la ideología
de quien lo hace, (aspecto este que en algunas personas domina de manera aviesa sobre
todas las otras cuestiones), o ser extremadamente “sensible” a la manipulación de otros
correligionarios por miedo a que los propios crean que se confraterniza con el “enemigo”.
Incluso por considerar que no estará bien vista la entrega de votos de un partido al
opuesto en el espectro político.

Con lo dicho hasta aquí, es fácil darse cuenta de que demasiadas veces la hipocresía
suele campar a sus anchas en las relaciones sociales y políticas. La hipocresía es esa
característica que sirve para fingir creer en algo cuando no es así, sin mayores cargos de
conciencia, y que (reconozcámoslo) ayuda en la convivencia de los seres humanos, que
de irse contando la verdad no podrían estar juntos en una misma habitación más allá de
cinco minutos.

Tal como están las cosas es difícil conseguir otro mundo y otros aliados. Todos los
jugadores parecen jugar el mismo juego y el que no lo hace es tratado de asocial y arisco.
A propósito: he visto varias veces con curiosidad el vídeo en el que un auditorio amplio
formado por escogidas personalidades aplaude larga y varias veces a una niña de 13
años, en los actos de entrega de los premios que llevan su nombre a distintas personas
sobresalientes en diferentes campos científicos, literarios y sociales.


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