CAZA
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CAZAEstimados compatriotas: Estamos en una nueva temporada de caza. Poca cosa, ya sabéis. Pero historias no nos faltan. He aquí otra.

¿Os he contado lo que nos pasó a Pedro y a mí con un conejito que vivía en una parte del arroyo del Infierno que se conoce como El Tapao de Don Enrique? Pues fijaos que fue precisamente cerca de los días de Nochebuena, ya con padre Invierno a las puertas y las heladas del alba que iban blanqueando el Coto de Viñas.

Como os decía, El Tapao de Don Enrique es un cercado de pared que hay al entrar en el Coto de Viñas, según se coge el camino de la Cumbre, a mano derecha, apuntando ya para los páramos ondulados del Coriano. En una esquina de dicho cercado, las zarzas habían formado allí un barzal tupido en el que era raro que no diesen los perros con algún conejo cada vez que pasábamos por allí. Bueno, pues hubo un astuto gazapo que nos tenía ya casi fuera de nuestras casillas, porque es que los perros sudaban tinta para echarlo fuera, y casi siempre corría de modo que no había forma de cogerle los puntos, al muy traidor. Si Pedro se ponía arriba y yo abajo, salía sosquinado tapándose con la pared y a tomar por saco. Si nos subíamos a la misma, tiraba para abajo y cuando le largábamos el plomo, lo hacíamos mal y a destiempo. ¡Pero qué canalla, el tío!

Aquel día dejamos el auto en la viña de Gabino y sin decir nada nos encaminamos al zarzal del Tapao. Yo me fui a la parte de abajo y me subí a una peña desde la cual tenía bastante buena vista. No habían entrado el perro y la perra en el zarzal cuando, de repente, sale el conejo hacia mí por lo más despejado del terreno. “¡Ah, coñe; te has caído con todo el equipo, so tunante. Vas a ver ahora lo que es bueno!”. Escopeta a la cara. Apreté el gatillo delantero y…¡Chic! “¡Maldita sea mi estampa…!”. Aprieto el gatillo trasero y…¡Chic!. “¡La madre que lo trajo, me cachis en la mar.  Fallaron los dos cartuchos ¡Suerte perra!.”…eso creía y yo, pero abrí la escopeta y…los caños vacíos. Había olvidado meter los cartuchos. ¿Y el conejo? Pues imagínense, desde el viso de enfrente, haciendo piruletas y muerto de risa. Pedro me miraba estupefacto, y yo, espumarajos entre los dientes…

A ver, la caza es así.


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