Digital Extremadura
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Percibo una ciudad dividida, internamente partida. Hay muchos grupos, con personas e intereses diferentes. No son grupos forjados sobre una determinada ideología, que también, puesto que sus componentes la tienen y la usan en su forma de ver la vida, el progreso, la evolución.

 

Caminan por separado, tienen sus lugares de culto, sus hobbies, y sus aburrimientos propios. De vez en cuando coinciden en espectáculos y actos públicos, pero como el agua y el aceite, no se mezclan más allá de unas pequeñas frases de cortesía, más allá de una convivencia amable.

 

Siempre he sido muy receptiva ante estas situaciones, quizá porque desde muy niña viví en campos distintos de donde por procedencia y educación “me hubieran correspondido”. Cuando leíamos las obras famosas del Romanticismo me rebelaba la pasividad de los personajes, gente noble abatida por la fuerza de un destino que los llevaba, sin voluntad, por derroteros impensados. Cuando, andando el tiempo, he vuelto a tropezar con compañeras de colegio, en posición social inferior a la qué tuvieron, siempre han vuelto a mi memoria sus desaires de entonces hacia quienes no veían como iguales, simplemente porque sus padres no iban a jugar una partida de cartas en el casino provinciano de la localidad. A lo largo de mi vida he percibido esto en diversos momentos, sólo que ahora he cruzado el espejo de Alícia y miro a las personas desde otras circunstancias.

 

Demasiada metafísica (seguro que pensáis) y a lo mejor no os falta razón. Quizá las relaciones humanas deban ser más sencillas, más de “quita y pon”, sin tanta transcendencia.  Quizá,  pero  he  basado  mi  vida  profesional  en  el  desarrollo  de  la capacidad de pensar (que eso son sobre todo las matemáticas) y no puedo evitar darle una vuelta siempre al por qué de las actitudes personales, sus relaciones y sus prejuicios.

 

Y los sitios pequeños están llenos de éstos últimos. Para bien y para mal. He comprobado muchas veces la dificultad para erradicarlos, porque hacerlo significa cambiar la forma de comportarse de cada quien. Cambiar la actitud. Girar la cabeza y entender y aceptar que hay otros modos de vivir, de querer, de confiar.

 

En una ciudad así se necesitan valientes. Para atravesar los estratos, las capas, las replantearse  las  soluciones  y  hasta  las  preguntas.  Se  precisan  transversalidades  en busca de objetivos comunes que todos puedan visualizar e incluso compartir. Hay que imaginar, buscar un proyecto, ponerse a hacerlo. Con el apoyo de una mayoría.

 


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