Estamos recibiendo cada día noticias estremecedoras ante la terrible situación que nos invade y junto a ellas se filtran mentiras intencionadas con una finalidad que no llegamos a entender. Muchas son realmente increíbles pero se acogen con facilidad y se extienden con rapidez.
Sabemos que no hay que aceptar las falsedades que se lanzan con verdadera mezquindad, como son las acusaciones que se estiman infundadas y las calumnias sin moderación. El enemigo del ciudadano ha cambiado, hace años era la ignorancia y hoy es la mentira. Hay que señalar que estamos inundados por las falsas noticias, pero los ciudadanos saben seleccionar, no son menores de edad.
En “El arte de la mentira política”, una obra de Jonathan Swift se mantenía que mentir haciendo creer falsedades al público es justificable si tiene buena intención. Creía que algunas mentiras incluso llegan a ser saludables. En definitiva, algo que hay que rechazar en un estado de derecho, que el fin puede justificar los medios.
En estos tiempos de tanta información tienen que inadmitirse los libelos difamatorios que pretenden degradar la reputación de los que ostentan el poder, de los comunicadores, las promesas que proliferan en tiempos electorales y las mentiras de traslación teniendo en cuenta que las que se emiten deliberadamente no suelen ser improvisadas, se predeterminan, se sopesan y se estudian sus resultados. La mentira intenta prevalecer para modifica la opinión y sirve realmente para inquietar. El profesor Jean Jaques Curtine ha manifestado que en el siglo XX la mentira a través de los bulos, ha entrado en la fase del consumo masivo sin duda con la colaboración de las llamadas redes sociales y lo cierto es que circulan ampliamente aunque en la actualidad se llega pronto al desenmascaramiento.
La libertad de opinión es un derecho consagrado en la Constitución fundamental en democracias aunque tiene los límites que se establecen en la misma Carta Magna y que se plasmaron en el año 1969 en el Pacto de San José de Costa Rica: no se admite la propaganda en favor de la guerra, la apología del odio religioso o de raza, incitación a la violencia, y la violación de la dignidad de las personas.
De todas formas no sería justo considerar mentirosos a todos los políticos ni cargar contra los medios de comunicación o las redes sociales. Tampoco son iguales las pequeñas insinuaciones aunque se consideren expresadas con mala fe. Son muchos los que divulgan solo las verdades contrastadas, aunque otros, sin control, intenten convencer a los ciudadanos utilizando promesas que no van a cumplir o manteniendo un criterio hoy que no ratifican al día siguiente. Han hecho de la mentira su forma de triunfo, pero no hay que engañarse, los ciudadanos saben apreciar cuando estamos ante una falsa noticia y siempre van a pedir cuentas a los fabuladores por sus engaños. Las otras falsedades, los bulos que airean los inaprensivos creyendo que con ello atacan a sus enemigos, son difundidos con encono para destruir al contrario y a veces utilizan un humor nefasto que no tiene la menor gracia.
Los ciudadanos saben distinguir .No hace falta prohibir ni censurar para “protegernos” como algunos pretenden con una intención que es peligrosa. Las prohibiciones pueden cercenar la libertad de expresión. No hay que caer en las restricciones. En la Revolución Francesa los que inventaban bulos podían ser acusados ante el tribunal revolucionario como “calumniadores del patriotismo” y terminar en la guillotina, una barbaridad.
La división de poderes instaurada en el sistema democrático permite acudir a los tribunales cuando las falsas noticias producen daño o atacan la dignidad de las personas o instituciones. Interviene la Justicia como una garantía del Estado de Derecho.