Para conseguir la liberación del ser humano hay que combatir la idolatría del Estado aunque no es necesario que se realice con una rebelión, sino de la forma que algún filósofo ha denominado “desimplificación”, hacer que penetre en la sociedad una conciencia que lleve a no aceptar imposiciones, aplicando con inteligencia una resistencia pasiva.
Según una clásica definición, el nacionalismo es otorgar a un territorio unas características que le hacen singular respecto a los demás. Recordemos que Marx utilizó una frase que se ha repetido hasta la saciedad. “El nacionalismo es un sistema que utiliza la burguesía para dividir al proletariado”. Es exagerada esta afirmación como han demostrado grandes pensadores. En realidad lo que importa es poner en evidencia las terribles consecuencias del dogmatismo y rechazar a priori las construcciones sociales autocomplacientes, oponerse a todas las ideologías nacionalistas pensando que las “circunscripciones geográficas” son artificios que reducen horizontes, se alimentan de historias pasadas con las que se pretende inventar una comunidad imaginaria “natural” con derecho a proclamar su singularidad específica. Se trata de invocar su peculiar historia, sus fundadores ilustres. Algunos creen que tienen derecho a la autonomía por ser especiales. Hay grupos que se aferran a defender que un conjunto de individuos con la misma lengua y cultura tienen derecho a la autogestión que conduce inevitablemente al localismo, creando diferencias absurdas y señalando antagonismos inexistentes, que solo conducen a la violencia. Pretender el individualismo de un pueblo, hoy en la época de la globalización, es imposible. Cuando un colectivo avanza hacia la libertad ha mantenido un escritor alemán, “va haciendo saltar los cinturones que le han oprimido relegándole a su limitado espacio”, sin miras de altura, solo viendo el terruño y no hay más. Algún escritor español ha dicho que el nacionalismo se cura viajando una idea que han repetido muchos autores, Pio Baroja, Unamuno, Camilo José Cela .Lo cierto es que quien quiera bien a un pueblo debe velar por crecer cada vez más sobre su nación. Como expuso un gran filósofo y con mucha razón, el nacionalista es un “aldeano” atrincherado en su suelo natal. El ideal es remontar esa limitación y ser escéptico con los dogmas que agrietan el sentido abierto de todos los pueblos. Crear una comunidad imaginaria como plantearon los alemanes Herder y Fitche , ha dado tristes resultados, sobre todo en la reciente historia.
Recordemos que la Unión Europea ha procurado años de paz, un período tan largo sin guerras no se conocía hasta que se firmó el Tratado de Roma, promovido por la inteligencia y visión de futuro, de unos hombres que habían sufrido las dos guerras del pasado siglo, tan devastadoras como inútiles.
Hay que combatir cualquier forma de fetichización y de idolatría de la nación teniendo en cuenta que impermeabiliza la cultura nacional, impidiendo el paso a otras corrientes foráneas lo que puede conducir a una “anemia cultural” que no admite otras formas de vida. “Es un estado de violencia que una clase minoritaria impone a una mayoría con astucia para mantener su prestigio”. Un peligroso delirio alejado de toda razón ,sobreponiéndose a los demás, esgrimiendo el derecho a la autonomía y soberanía, alrededor de una comunidad paulatinamente ideologizada con idea de la superioridad de la nación.
Nietzsche hizo patente su rechazo al nacionalismo que consideró un “cinturón opresor”, aunque se ha constatado su admiración por Napoleón, quien pretendió conseguir la grandeza de un gran Estado utilizando la violencia, que produjo, como sabemos, grandes sufrimientos.