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La ciudad pequeña, recoleta, provinciana, de calles y apellidos sabidos, de gentes que se saludan y comercios de toda la vida está cambiando. Cambia su plano de calles medievales, su muralla abierta a los nuevos barrios, su paso lento y demorado en los cafés de cristal, madera y hierro modernista.

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Im: Fdo Sánchez Gómez.

Cambia su prisa sosegada, su plaza detenida, su mapa de encuentros y esquinas redondeadas. Cambia y ya no tiene el hálito de portada de periódico, kiosco de revistas, tenderos de delantal que se saben el nombre de esos parroquianos puntuales como las estaciones. Ciudad consabida, ciudad pequeña, ciudad letrada, ciudad de negocios diminutos, rincones amables, zapateros remendones, afiladores de paso, umbríos interiores. El olor y el calor del cuero se deslizan por el plástico que nos anega los trabajos y los días mientras el mercado limpia los rincones de sangre, las escamas y las migas de un banquete con olores a huerta cerrada. Todo tiene ahora la virtud de lo limpio, el sello de sanidad que lo vuelve todo aséptico, neutro, puro como quien no puede pecar porque desconoce la falta. Somos buenos por aburrimiento, y hasta el diablo se distrae en los capiteles medievales, escupiendo como un escolar travieso a los viandantes que siempre parecen tener prisa. La ciudad ya no se mira a sí misma, y pasa, rápida y ciega, por las calles centenarias.

La ciudad hoy corre por sus venas, sus arterias retorcidas, su artrítico centro monumental tomado por las cintas y las vallas. Y la gente se calza las zapatillas de la solidaridad para saltar los obstáculos de la vida, llegar a la meta cubierto de la lluvia que cae y sentirse tan vivo como este domingo de todos, domingo de carrera popular, domingo de tantas causas que perdemos la cuenta de la pancarta y las buenas intenciones, mientras nos espera el bar abierto, los pinchos en la barra, la inveterada costumbre provinciana del vermú dominical, misa sustituida por la entrega laica. Somos buenos en esta mañana de domingo, otoño adelantado que nos recuerda la falta, la desgracia, el camino enrevesado del maltrato, la enfermedad y la causa. Porque hoy tenemos la camiseta de los días de la bondad, de la solidaridad, de la ciudad pequeña y entregada, la ciudad que se recorre en dos patadas mientras al cabo de la calle, el policía municipal espera, viendo correr a la gente, la buena gente del domingo provinciano.

Es la misma ciudad esta que se vistió de pasado reciente y se avergonzó de guerras, de silencios… porque el relato cruel de lo que fueron aún resuena en los escenarios de una ciudad cuyas piedras no olvidan la barbarie que ahora recreamos en el cine de las sábanas blancas. Era yo niña y aún ponía en los muros Arriba España, y en las monedas, por si acaso se nos olvidaba, que Franco era caudillo por la gracia de Dios. Hay pasados que no tienen nostalgia que les valga, pero sí relato. Hay días en los que el recuerdo tiene un hálito de belleza y un estremecimiento de pena. Mientras dure la lluvia la ciudad se cubrirá de esta tristeza.


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