Mi padre lo llamaba ‘estímulo’ a esa rara mezcla de pasión y energía que inviertes cuando
crees en algo de verdad. Tanto que para decir que alguien no sentía la motivación
utilizaba el término desincentivado, algo así como sin incentivos, que es lo mismo que
exponer que la empresa en juego no tiene ganancias de ningún tipo. ‘Empresa’, otra
palabra que significa proyecto, trabajo, camino, fines…
Es hermosísimo el castellano, una delicia con sus innumerables vocablos distintos para
explicar cualquier cosa y en Zamora se sigue hablando muy bien, sobre todo por las
viejas y medias generaciones. Una vez, mi madre hizo un giro con palabras no usuales y
mi hermano acudió al diccionario de la Real Academia de la Lengua para ver si existía el
término y allí estaba, serio y orondo, para mayor asombro nuestro. ¡Ah, la exactitud en el
léxico, faceta importante del discurso!
Me dio por pensar en todo lo anterior ayer. Leyendo noticias sobre las tareas internas de
algunos partidos, viendo los integrantes de las listas de delegados a un Congreso, fíjense,
yo buscaba en la conjunción de los nombres la pasión del oficio.
Porque cualquier trabajo que se precie, y la política lo es, necesita de la técnica y de la
estrategia, pero mucho antes necesita de la vocación. ¿Qué se puede trabajar sin ella?
Desde luego. Pero que si crees en algo, todo viene a ser mucho más atrayente y
esperanzador, es un hecho tan cierto como el que yo estoy escribiendo, aquí y ahora, este
artículo.
Y, discúlpenme amigos, yo no veo esa pasión en demasiada gente. Es como si se hubiese
confundido al maquinista del tren con su inventor, con el ingeniero que lo forjó en la mente
y lo vio correr en sueños. Algo así.
¿Dónde queda la ‘fiebre’ del escultor pergeñando una obra, dándole las facciones a un
rostro? ¿O la del maestro tratando de que un grupo de chiquillos valoren la importancia de
un árbol? ¿O la de la madre, pariendo un hijo?
En la mayoría de los lugares hemos cambiado a los visionarios por burócratas, buenos
burócratas que estudian las normas y las aplican, que utilizan sus conocimientos para dar
precisión a un sistema que debe funcionar en beneficio de muchos y que sigue
marchando al mismo ritmo de hace muchos, muchos años. Cada vez más viejo.
Sólo así se entiende la ‘contratación’ de muchos ‘primeros espadas’, bajo unas premisas
bastante previsibles y que pueden cambiarse por otras, si conviene, dentro del más puro
pragmatismo. Sin dolores de parto ni de conciencia cuando hay que sesgar.
«Por el bien del partido», es una frase perfectamente acuñada, que viene a disculpar
‘enjuagues’, ‘cambios de chaqueta’, deslealtades personales, nunca castigadas o al
menos proscritas.
El mantra de hoy es la unidad. «Ahora todos juntos», dicen las campañas publicitarias,
como si hubiera tanto pegamento para poder unir tanto trozo roto, como si los factores
humanos no fueran cosa inequívoca de las personas. Veremos.