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Con el tiempo descubrí que los libros clásicos del oeste americano reivindicaban la figura
del pionero, ese ser que tras un objetivo claro de supervivencia, o de mejora de sus
condiciones de vida, se adentra en la espesura (en cualquier espesura) provisto de sus
propias armas para vencerla y labrar un futuro para él (en el caso del cazador nómada) o
su descendencia (acordémonos de los colonos).

Los pioneros no eran seres seráficos, sino de carne y hueso, comían, bebían,
trapicheaban, eran (a veces) huidos de la justicia formalizada, se redimían en contacto
con la naturaleza, madre cruel que los ponía a prueba mil millones de veces,
escondiéndose (en ocasiones) entre indígenas salvajes que los ayudaban y a los que
ayudaban, a la par que se convertían en personas respetados por ellos. Y así.

Las novelas cuentan que muchos usaron las viejas enseñanzas de la Biblia para dirigirse
y comportarse. Unas enseñanzas rígidas que observaban al pie de la letra, con
simplicidad: lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo qué debe hacerse y lo qué
no. Y así. Nada fuera del precepto salvador. No había llegado la psicología.

Pues seguimos más o menos haciendo lo mismo. Sucede que la humanidad responde a
los estímulos y a los ejemplos pero los ejemplos (para quienes los protagonizan) suelen
ser (casi siempre) excesivamente dolorosos. En esos casos se me ocurre que debiéramos
solicitar para los pioneros, ser reconocidos (al menos) como tales.

Ser pionero en la toma de decisiones para la resolución de problemas viejos casi siempre
resulta arriesgado, no solo por adentrarse en territorios desconocidos, sino también
porque la ausencia de experiencias del mismo cariz vuelve imprevisibles las soluciones, e
imprevisible la percepción de las mismas en los propios entornos que las demandan.

La aceptación de la solución por el sector damnificado, cuando se trata de asuntos que le
conciernen, puede ser equívoca, es decir puede negar (por una parte) la solución por
considerarla equivocada (y su criterio convertirse en norma) y al tiempo disponerse a
aceptarla, para evitar males similares en las propias carnes. Con lo que el resultado final
del proceso es avalar la solución, pero castigar al que la origina y pone en práctica. Lo
cuál ya es el colmo de los colmos, ¿no les parece?.

Alguien debiera escribir la novela de los pioneros modernos. Porque una vida son muchas
vidas. Y las epopeyas no existen sólo en la antigüedad, amigos. Se construyen
diariamente ante nuestros ojos.


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