feijoo y sanchez

Pues ya está…pues veremos

Tal vez sea por la época (verano y su consecuente modorra) por lo que solo han pasado siete días desde las elecciones y aún así parece que el tiempo haya sido mayor. Después de una campaña detrás de otra campaña, pocos espíritus estarán deseosos de seguir hablando en términos políticos, salvo los directamente concernidos con la materia.

A mí me ha dado por pensar que quizá exista una cierta clase de justicia poética impartida por los ciudadanos a partidos y candidatos. Para distribuir cargos y cargas. Los resultados electores son terriblemente diabólicos, puesto que los dos candidatos a la Presidencia del Gobierno pueden triunfar o fracasar, en partes iguales. Es como si un gran subconsciente colectivo hubiera decidido no hacer más concesiones y puesto que tanto ansían algunos las mieles del triunfo hubiera movido los dados para que éstas estén tan enredadas entre matojos y zarzas que el que las busque de seguro se arañará hasta en los higadillos. “Puesto que queréis cargos, arrastrad también las cargas (parece decirle a unos y a otros) sabiendo que no gozáis de nuestra completa confianza”. Vamos que no nos fiamos demasiado ni de unos ni de otros y por ello la victoria nunca será espectacular”.

El intento, y logro, de polarización entre dos bloques antagónicos es lo qué tiene, que luego no hay con quien pactar pues se convierte al adversario en un enemigo tan fuerte, que sólo admite la destrucción política (o cívica) total. En este planteamiento, son vanos los mensajes de quienes propugnan a los dos partidos grandes en España (PSOE y PP o PP y PSOE) el sentarse a hablar. Es imposible. Las bases de cada uno de ellos crujirían. Y los tertulianos, y los editoriales de los periódicos. Y…

En mi modesto entender, las votaciones del pasado 23 de julio lo que han venido a decir es que los ciudadanos no quieren sufrir; por eso, algunos han votado a quienes les prometen deshacer los (según ellos) entuertos del poder en ejercicio y otros han dicho que no quieren renunciar a nada de las condiciones adquiridas durante los últimos años.

Hay que reconocerle al expresidente Zapatero su devoción y entrega a los segundos. Escuchándole, recordé a aquel jovencísimo muchacho que, humilde, nos esperaba (junto a la puerta de entrada al recinto) para pedirnos la firma, a los compromisarios del Congreso Federal que debía resolver quien sería el candidato del PSOE a Presidente del Gobierno de España de entre cuatro perfiles: el de José Bono, el de Matilde Fernández, el de Rosa Díez y el del propio Zapatero. Bono, que entonces era Presidente de Castilla la Mancha llegaba (como Feijóo ahora) de ganador, Rosa Díez carecía de discurso y Matilde Fernández todo era lamentarse pidiendo sacrificios y austeridad para poder redirigir la mala situación existente en el partido y en España.

Y entonces habló Zapatero al Pleno del Congreso. Lleno de emoción y utopía, de ilusiones. Desgranó los aspectos nobles de la situación, añadiendo que un futuro mejor se podía lograr, que el cambio era posible y que él lo iba a hacer. Inyectó en vena la esperanza y ganó. Porque, entre otras cosas, la gente, la multitud, no desea llorar y, en el fondo, aunque engañándose, solo desea ser feliz.

Dura está la vuelta del verano. Los pactos, a la vuelta de la esquina. Y el ciudadano, inhibida su capacidad de protesta sólo observará. Para tomar buena nota para próximas convocatorias. ¿O estos políticos qué se creen?