alvear 1

Realidades y simulaciones

OPINIÓNCÁCERES
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A veces observas imágenes bellísimas, únicas, y cuando te acercas a la realidad de donde
proceden, te das de bruces con un entorno feo, desmerecedor de ellas, anodino, falto de interés.
Y entonces una determinada perspectiva de un objeto fotografiado de noche y a media distancia,
puede resultar bastante incompleta e incluso mentirosa, porque esconde ante la vista de todos,
-ennegreciéndolos técnicamente- los aspectos negativos que rodean al objeto en cuestión,
permitiéndole aparecer incólume y deslumbrante ante los ojos del mundo, sin interferencias
dañinas para su belleza individual. Cuando no es cierto.

A mí todo esto se me antoja como una metáfora de los estilos y costumbres de nuestra época, de
mucho de lo que -absurdamente- vivimos en nuestros días y forma parte de nuestras realidades
simuladas. Renunciando a exponer los aspectos más oscuros de las mismas, podemos llegar a
creernos que lo bello habita entre nosotros, sin mezcla de fealdad alguna, y que al hacerlo de
forma tan natural, puede permitirnos sobrevivir creyendo pertenecer al mejor de los mundos
posibles. No hará falta, pues, emplear nuestros esfuerzos en mejorar dicho entorno con
reivindicaciones de ninguna clase; sólo debemos recrearnos y disfrutar de él.

Uno descubre, cuando lo analiza un poco, que todo ello forma parte de una cierta ceguera que va
desde lo individual a lo colectivo y viceversa. En lo urbano de una ciudad, por ejemplo, una
fachada determinada, incluso toda una construcción, no pueden ser vistas como si estuvieran
suspendidas en el aire y fuera de su contexto, sin sus alrededores. Y si estos son grises, están
depauperados o son excesivamente anodinos, no solamente no enaltecerán la importancia del
edificio emblemático y perfecto, sino que rebajarán sus posibilidades, haya o no haya filtros
fotográficos al efecto. Me sorprende que nadie haya caído en la cuenta de semejante detalle,
aunque puede que sí lo haya hecho y todo esté así inconscientemente aposta, por aquello de una
cierta nivelación con otros lugares y otras gentes del territorio regional. Algo parecido a lo que
decía aquel famoso autor cuando triunfaba con alguna de sus obras: “En las entrevistas digo
siempre que padezco de úlcera de estómago, para que, cada vez que tengo éxito, unos cuantos
me tengan lástima y de paso no me apuñalen”.

Ahora bien, todo lo anterior y por lo que se refiere a los intereses específicos del propio lugar,
resulta la pescadilla que se muerde la cola: sin una visión certera de sus carencias resulta casi
imposible extraer los fondos necesarios para paliarlas, y sin éstos, es bastante difícil su
desaparición. Y aunque resulta perfectamente entendible que una pequeña ciudad de provincias
se mire a sí misma como un bonito paraíso, con su opinión pública arrullada por cuantos
mantienen, contra viento y marea, esa ingenua hipótesis, lo único cierto es que sólo la
insatisfacción activa y sincera de sus gentes les permitiría buscar nuevos horizontes para ellas y
sus hijos. Pero si, para no frustrarse demasiado, por intereses personales, escasez de miras, o
(incluso) por resignación, los habitantes de un lugar se engañan a sí mismos inventando bellezas
y estatus sin parangón, con visitas importantes incluidas, sin aportar nada a cambio, no se
librarán nunca de lo raquítico de sus entornos, sobre todo si son débiles y están maltratados. Les
aguardan años y años de seguir aislados en sí mismos, aún dentro de la misma globalidad a la
que pertenecen. Obligados a continuar marchándose afuera del territorio que los vio nacer,
cuando se aburran de mendigar desde lo pequeño a lo grande, una y mil veces. Porque sólo
cuando la insatisfacción crea el conflicto, la necesidad de resolución de los problemas que se
originan, produce alguna forma de progreso


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