Cartas acehucheñas
Estimados compatriotas: Pleno verano. Estaréis disfrutando de las fiestas de agosto y de esas vaquillas que corretean por calles y callejas. Uno, a seiscientos km, se lo imagina y aunque quisiera ver el bullicio de la fiesta y el latido del pueblo en pleno verano, ha de conformarse con echar de menos aquellos años de juventud y aquellos toros de antaño.
Los que peinamos canas, y tenemos ya un pie en el estribo, recordamos con nostalgia aquellas vísperas con su trajín de maderas en la plaza y el ir y venir de Eugenio Gregorio (“Foso”) de un lado a otro. Llegaba el día: “¡Toro! ¡Toro!” vociferábamos los muchachos cuando llegaba el camión con el morlaco y lo metían (no sé cómo) en el leñero – chiquero de la calleja de Jacinto. Los bares y tabernas a reventar. Talanqueras, tablados y balcones hasta los topes y Enrique Álvarez (“Saliquet”) a caballo salía a pedir las llaves al señor alcalde, que presidía el festejo desde el balcón del Ayuntamiento.
Salía el morlaco y aquello era Troya. Los maletillas, que habían llegado desde la Andalucía profunda, pugnaban por darle algún pase decente a la fiera. Más de uno fue empitonado y asistido en mi casa. No en vano el médico, mi señor padre, tenía preparada la sala para algún caso más o menos grave. Un año no había manera de que alguien le diera un estoconazo a un toraco furioso y se determinó que Rafael (¡Grandísima y famosa escopeta!)lo abatiese con un certero tiro de cartucho de bala. Pero Rafael, ¡Ay!, había empinado el codo más de la cuenta y le arreó dos fogonazos al suelo que no hicieron mella en la fiera cornuda. Al cabo, Pedro “Penaca” (otra escopeta singular) acertó a meterle el plomo en el testud y dio con el cornúpeta en el suelo. Tiempos y gentes aquellas que no volverán.
Que os divirtáis y que las recias calores de Agosto pasen pronto. Mi recuerdo cordial a la Virgen del Cerro de Santa María y a todos los que allí detrás no esperan. Nos veremos en el estiaje de septiembre, sintiendo ya la próxima temporada de caza. Saludos cordiales.