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La mayoría de las opiniones van en contra de regular esta posibilidad. Se argumenta que
las mujeres podrían convertirse en meros componentes de granjas de reproducción, que
al separar la madre biológica del niño, éste podría pasar a ser alguien desprovisto de
historia, de ancestros…que las mujeres pobres que se decidan a ganar una cantidad de
dinero prestando su útero serían explotadas por gentes sin escrúpulos.

También he leído opiniones contrarias, como la de algunos médicos que defienden esta
técnica con fines altruistas para ayudar a parejas que no pueden ser padres por
problemas médicos particulares y de esta forma verían compensado su deseo natural de
tener hijos.

El asunto es complejo porque, una vez resueltas las dificultades científicas, todo tiene que
ver con la ética y la ética se relaciona con la conciencia personal y sus reglas. No voy a
entrar, por tanto, en el tema de fondo y solo llamaré la atención sobre algo que a mí me
sorprende en estos tiempos en los que la opinión pública defiende la autonomía de cada
uno, en ocasiones incluso por encima de las leyes sociales al uso.

Porque este debate sobre regular o no estas técnicas tiene mucho paralelismo con otros
célebres en la historia de las mujeres. Recuerden conmigo aquel sobre el derecho a votar
de las féminas; no hace tanto que se dudaba sobre su pertinencia porque los contrarios al
mismo defendían que “las chicas” iban a hacer lo que dijesen sus confesores. O el de la
ley del divorcio, que (a juicio de algunos) daría lugar a montones de mujeres divorciadas,
en pleno frenesí existencial contra la institución de la familia, base de cualquier sociedad
que se precie. O aquel otro sobre el aborto, que, sin duda, no podía permitirse pues
muchas alocadas podrían utilizarlo para tapar sus pecados, después de noches o días de
desenfreno, como si para una mujer el abortar fuese igual que ir a quitarse el vello de las
piernas…

Entonces como ahora vuelve a haber, en mi humilde opinión, un desprecio absoluto hacia
el entendimiento y raciocinio de las mujeres, todas menores de edad, todas
necesariamente salvadas de si mismas, de su ignorancia, de su pobreza, de su propia
biología. Y lo curioso es que lo potencian las propias mujeres del primer mundo. Y
también los hombres.

Otra vez el miedo a la libertad, que tiene sus riesgos, claro, pero que lo es o no lo es
porque no se puede hablar de ella, o disfrutarla, por trocitos. El mundo, si de verdad
quisiera hacer algo contra la pobreza, contra la hambruna, contra las violaciones, debiera
volcarse para erradicar las causas que las originan, con medidas y controles de sus
organismos internacionales, en vez de querer “poner puertas al campo”. No regular
implica falta de transparencia e incremento de las diferencias de vida entre unos y otros
seres humanos, con ventaja siempre para los poderosos, desde luego. Carmen Heras


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