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Superar lugares bajos en el ranking

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Por dos veces oigo hablar, ayer, de Extremadura y no laudatoriamente. La primera desde
la óptica de la educación: en la subdivisión que se hace entre la España del norte y la del
sur, se dan por cierto los mayores índices de preparación en los escolares de Castilla y
León y Navarra, y los menores índices en los de Extremadura y Andalucía. La segunda
vez fue por la noche, después de cenar. Hablaban de los jubilados y sus pensiones, y otra
vez Extremadura entraba en el ranking porque sus hombres y mujeres las reciben dentro
de la escala más baja.

Se perfectamente que las clasificaciones son eso, clasificaciones. Elaboradas de acuerdo
a unos baremos, estipulados conforme a unas características o variables que se suponen
representativas. Si estas se modifican, cambiaría posiblemente la conclusión. Hay,
entonces, una cierta relatividad en todo, pero no hay duda de que si una región es
considerada “pobre” y recibe fondos europeos reservados para lugares nivel 1, la
tipificación imprime carácter, por si acaso no lo tenía debidamente acuñado,
anteriormente. Un carácter que deriva hacia las formas de entender los subsidios, las
subvenciones, los trabajos comunitarios, y un largo etcétera.

De los jóvenes más avanzados, dentro de su generación, aprendo el significado de la
frase “salir de la zona de confort” cuando se define a los verdaderamente emprendedores
y que llevan la innovación a sus asuntos. Son ellos quienes, en primera instancia, hacen
fructificar a un territorio; “salir” significa exponerse, proponer, arriesgarse, equivocarse y
volverse a levantar. Entre esta dinámica y la del “quietismo” de algunos lugares, hay toda
una gama de ejecutorias y procederes que dejarán de serlo si la savia joven se marcha o
se convierte en clase funcionaria o política, del montón.

A priori puede resultar más fácil ejercer de conservador que de progresista, y no lo digo
desde ningún punto de vista ético, sino desde la apreciación más primaria de los dos
conceptos. Porque conservador es el que conserva sin más lo que ya hay, mientras que
progresista es el que busca, sobre lo existente, cambios renovadores que ayuden al
progreso. Y aunque es claro que hay un valor intrínseco en conservar algo, si se ha
revelado bueno para la vida de todos o de la mayoría de humanos, en demasiadas
ocasiones (por no decir siempre) la conservación solo discurre por caminos ampliamente
trillados, con todas las posibilidades de avance ya exploradas.

¿Pero quien le pondrá el cascabel al gato? ¿Quienes osarán dar la vuelta a la tortilla de lo
establecido para probar otras fórmulas? Los que lo hagan o intenten, lo más probable es
que fallen en sus primeras tentativas, sean ampliamente vapuleados por medios y
votantes y acaben en el ostracismo de la cosa pública. Nuestros tiempos son mucho de
“usar y tirar”, en esa teoría que yo llamo “de los electrodomésticos” en la que alguien
“sirve” nada más mientras dura (a juicio del consumidor) su “vida activa”, siendo
desechado a la primera interrupción que provoca “la corriente”, aunque esta “discurra” por
caminos mal conectados. Total, siempre hay otro que se mantiene a la espera del
recambio.