Las alabanzas, sin duda merecidas, a la inauguración de un par de hoteles en zonas
rurales, me ha traído a la memoria un hecho que yo misma viví hace unos años.
Como resultado de un golpe repentino en mi salud resolvimos pasar unos días de
descanso -sin alejarnos demasiado de nuestro lugar habitual de residencia- en un hotel de
la región. El sitio era, y es, bellísimo y las atenciones fueron inmejorables. No soy de ir por
ahí presentándome a todos, como paso previo a cualquier gestión, y aquí tampoco lo hice,
pero Extremadura es un territorio pequeño y me reconocieron, aunque, profesionales, no
me lo hicieron notar. Solamente al salir, para volver a casa, el Director vino a despedirnos
indicándonos que sabía quien yo era, nos dió efusivamente las gracias por haber pasado
unos días con ellos, deseándonos lo mejor.
Es verdad que descansamos, yo particularmente, y que el contacto con la naturaleza fue
de una inmersión total, sol, agua, buenos alimentos, lecturas interesantes, piscina, spa…
todo ello me vino muy bien. Lo aburrido eran las tardes, cuando querías conocer la tierra
que te rodeaba y no había nada para poder conocer porque los pueblos de los
alrededores estaban cerrados, casas, personas mayores sentadas a las puertas de las
mismas, calles estrechas y ya. Bellos paisajes para delicia de la vista y…poco más.
Puede que todo haya cambiado en la zona, no lo sé porque no he vuelto a alojarme allí, y
si ello así fuera, ruego que me disculpen, pero de mi propia vivencia de entonces me
quedó la certeza de que, si se quiere atraer al turista y hacer que regrese, se necesitan no
solo los recursos extraordinarios de un buen hotel. Porque el viajero que quiere vacación
va habitualmente acompañado de amigos o familia y necesita algo más. Y si tiene niños
pequeños, ni te cuento.
Extremadura es una región ruralizada que tiene un gran medio natural. Cuando viajas por
ella, el alma se ensancha en plenitud, pero la realidad es pragmática, tozuda y solo con
los viajeros endógenos no evolucionará. Porque es pequeña en número de habitantes ,
necesita atraer a los de fuera no rurales y puesto que los precios no son bajos, precisa
ofrecer algo más que senderos para caminar. Y debe elegir, si pierde la intimidad del
espacio protegido, que es una gran baza, para que la visite mucho más público, o la
mantiene a costa de restringirlo.
Está claro que habría que trabajar por un equilibrio sensato. El éxito de los lugares
especialmente demandados por el gran público, en Andalucía por ejemplo, se basa en la
oferta, no solo de luz y playa, sino de restaurantes de diferentes precios y productos,
buenos lugares de entretenimientos para niños y mayores, pistas deportivas y un buen
comercio. Por citar sólo algunas de las cuestiones turísticas más demandadas por la
mayoría. No disponer de ellas condiciona la llegada de muchas familias con hijos de
diferentes edades e incluso de pandillas de jóvenes que no saben con que llenar su
tiempo, sobre todo en verano, si aspiran a dejarse ir en la indolencia estival de baños,
cervezas y copas por la noche.
El turismo masivo, si es que se quiere, requiere (en mi humilde entender) buenas
infraestructuras hoteleras, con buenos servicios, pero también unas buenas carreteras
para llegar, unos buenos horarios de autobuses y trenes, y ya puestos a pedir, unas
buenas instalaciones de ocio en las cercanías para disfrutar de actividad física y mental