Verdad Mentira Imagen 1
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A menudo pienso que al relativizar el concepto de verdad e identificar el derecho a la igualdad de oportunidades con el igualitarismo a ultranza, hemos permitido la equiparación de los preceptos que nos sirven de axiomas  con las ocurrencias interesadas que a menudo se nos ocurren. No son equiparables. Nunca alguien que no conoce los hechos en profundidad debiera ‘pontificar” sobre ellos, de la misma manera que nunca debiéramos cambiar el sentido habitual de las palabras para justificar hacer lo qué queramos o exonerarnos de la culpa que nuestras decisiones pudieran acarrearnos. Aceptar las consecuencias de nuestros actos no es algo baladí, apropiado para los más tontos, sino la expresión más auténtica de la calidad de un espíritu humano y de sus principios. Que nunca debieran servir como moneda de cambio.

Una persona pública se debe a sí misma y a las otras que “navegan” con ella. Liderar es eso, hacerse cargo del sentir de los que te acompañan. Los verdaderamente fieles, no los que “pasaban por allí”. Llevar a cabo actuaciones que producen seísmos, nunca suficientemente controlados, en las estructuras institucionales y organizativas, no  debiera ser justificado en la simple autoridad de quien dirige. Desoír las opiniones de quienes antes ocuparon los espacios objeto de litigio, es de una miopía incontestable para el propio futuro de quien lo hace y sus contingencias. Pero aquí estamos, entregados a la “causa”, entre dimes y diretes, y entre dichos y redichos. En pos de un relato suficientemente idílico con el que encandilar a los más “tiernos”. Llevando los mensajes de unos lados a otros, copiándonos en lamentaciones y pedidos. Polarizando. Porque dijeron  unos, porque dijeron otros…para que no ganen aquellos…o estos. ¡Ay!

Una de mis abuelas jamás revelaba sus “fuentes”. Aunque no era periodista se les asemejaba. En el colmo de la discreción, al empezar a contar algún “sucedido” siempre  usó idéntico soniquete: “Me dijo a mi una persona…”. Y luego ya relataba lo que fuera. Los nietos nos chanceábamos cariñosamente de ella. Solo de mayores entendimos el valor de no “llevar y traer” nimiedades entre unos y otros, por su consecuente reflejo en la convivencia. Ojalá muchos (políticos y no políticos) hiciesen lo mismo en este momento tumultuoso de la historia del país. Pues la convivencia es una flor delicada y la moderación, un plus injustamente despreciado.

Aunque puede que en este mundo de “cualquiera vale”, la seriedad esté sobrevalorada. Lo digo por ese run run trivial que nos enmarca. Si entras en las páginas de los periódicos (incluidos los más serios y decanales) tropiezas con un montón de noticias que parecen chismes y chismes que parecen noticias, tanto que te cuesta diferenciar. Allí se citan como famosos, nombres sin apellidos que tú ni siquiera sabes quienes son, lo cual sin duda es defecto achacable a quienes no seguimos los programas con mayor número de anuncios en las televisiones. Evidentemente. Culpa nuestra es la de no distinguir a X, Y, o Z, pequeñas aves de paso en el batiburrillo de entretenimiento colectivo (pan y circo para el pueblo). Que de extraño tiene pues, que si entre trivialidades se introducen, de pronto, asuntos de calado, los miremos con idéntica imprecisión, frívolamente, solo desde nuestra verdad y la de nuestros camaradas. Como si eso fuera lo único posible y oportuno.

Porque esa es otra, creer que hay tantas verdades como sujetos. Sujetos con derecho a defender y poner en marcha su verdad. Por encima de la campana gorda. Verdades que guardan dentro muchas partes oscuras. Y que rentan fuertes intereses. Casi siempre para los más pobres.


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