Esta frase de Karl Marx es muy conocida, el eminente filósofo consideró que el nacionalismo es un disfraz que adoptan los reaccionarios, dividiendo el territorito para mantener y conservar sus privilegios.
Otro gran pensador, Nietzsche mantuvo también con firmeza, que el nacionalismo coarta la libertad de los pueblos porque pretende estrechar los límites de un territorio. Lo cierto es que la eliminación de fronteras produce grandes ventajas sociales. Muchos escritores, filósofos y políticos se han opuesto a las tesis nacionalistas y aunque en ciertos territorios no cesan las pretensiones de independencia, su papel va siendo “a menudo insignificante”.
Un colectivo social no puede quedarse aislado cuando en la actualidad se ha abierto el mundo global, con sistemas de comunicación muy extensos. Por otra parte la experiencia nos dice lo que han conseguido alguna agrupaciones, en concreto, la Unión Europea que ha procurado más de sesenta años de paz y prosperidad, después de millones de muertos en las dos terribles guerras del pasado siglo, tan devastadoras como inútiles. Los países de Europa se han asociado compartiendo normas comunes de regulación civil y económica con excelentes resultados.
Se equivocan los ciudadanos que piensan que son superiores, tienen distinto código genético y diferentes rasgos antropomórficos y por ello tienen que defender sus derechos e intereses insistiendo en la idea de que ellos son los únicos que pueden hacerlo porque poseen unas características singulares respecto a los demás y tienen que separarse del Estado del que forman parte. Se habla del derecho de las minorías a alcanzar su voluntad de secesión con una idea romántica de la independencia pero es igualmente respetable el derecho de los colectivos que se oponen al proyecto de secesión por entender que produce lejanía y aislamiento.
Lo importante de los que gobiernan es su competencia para conseguir eficacia y ética en el desenvolvimiento de su gestión, da igual que los ciudadanos sean morenos, rubios o pelirrojos, del norte o del sur, hombres o mujeres. El ideal es que sean reconocidos los derechos fundamentales de todos. A Winston Churchill le preguntaron qué opinaba de los franceses y dijo con serenidad: “no puedo contestar, no los conozco a todos.» En cualquier parte hay gente inteligente y muchos inútiles. No puede segregarse a los ciudadanos por países, zonas, barrios o historias pasadas.
Hay que tener en cuenta que el dogmatismo y las construcciones sociales restrictivas perjudican la convivencia, se alimentan de historias pasadas con las que se pretende inventar una comunidad imaginaria con derecho a proclamar su superioridad. Se trata de inventar un pasado, unos antecedentes, fundadores ilustres, victorias ganadas. Hay grupos que se empeñan en defender que un conjunto de personas con la misma lengua y cultura tienen derecho a la autogestión que lleva irremediablemente al localismo, creando diferencias ficticias y antagonismos que solo conducen al conflicto, incluso violento, contra los que no aceptan sus postulados. Revisar el pasado, recordando a líderes históricos o rescatando del olvido batallas seculares, no interesa en la vida de hoy.
Cuando un colectivo avanza hacia la libertad, va librándose de las ataduras que le han oprimido relegándole a un espacio de corta perspectiva. Quien estime a un pueblo debe velar por hacer que sea mejor ampliando las miradas hacia fuera, con el objetivo de conseguir un sistema que eleve las condiciones de vida y de convivencia.
Dice el gran pensador alemán que el nacionalismo “es un peligroso delirio donde la vanidad de locuaces pueblerinos reclama con grandes gritos el derecho a la soberanía”, es una exageración pero hay que tener presente que es el sistema que defendieron los filósofos Herder y Fichte, una doctrina que ha dado tristes resultados en la reciente historia.
Lo importante es alcanzar la convivencia pacífica, el respeto a todas las ideas, que las diferencias no se impongan, que todos los seres humanos sean reconocidos y aceptados, con iguales derechos. No importa el lugar donde se haya nacido, ni el pasado de ese lugar.
La autora es Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación