JUAN RAMON O EL LIRICO QUE ROMPIA CORAZONES

[Img #37283]Qué placer, tras un siglo, recuperar la andadura, la poesía de “Platero y yo”, obra del genial Juan Ramón Jiménez. Cien años, cien, en este 2014, ahora que sólo nos queda su andadura dormida en los libros, o estampada en dibujos, algún que otro óleo, algún monumento, la soñada andadura poética, abierta a la luz cegadora de Moguer, la luz que nunca olvidaré en sus calles, en sus plazas, hasta en la propia casa del poeta, y quedaría  impresionado por ese chorro de luz, no cegador, acariciante. Oh, Platero. Qué ausencia, que perdimos tu habitual estampa de mañana y tarde, cuando venías sin aguaderas y las calles de los pueblos estaban llenas de “platero”, formaban parte de nuestro paisaje,  y subíamos a sus lomos, y nos llevaba de una aldea a otra. No sé si se quedaría dormida en una era, o cansina a la hora del ocaso, junto a la trilla, en el oro apagado del crepúsculo.  

 

Ahora, Juan Ramón estaría ausente de “Platero”. Sencillamente, porque no los hay, ni se oye su rebuzno en la soledad de la aldea, ni los niños gozan del placer de su montura y hasta nos queda lejano el eco del maestro cuando nos llamara burro, en ocasiones, a algún alumno. Esos plateros forman ya parte de nuestro pasado y, sin duda, sentimos cierta melancolía de copla manriqueña, de “menosprecio de Corte y alabanza de aldea”, de sombra pictórica bajo un sol ardiente. Hasta Durrenmat escribiría una gran obra: “Proceso por la sombra de un burro”. Qué pena que el tiempo se lleve, misteriosamente, estas estampas, nos deje huérfanos de su figura, aun recordando su trote por la calle o por un camino, un prado o su estancia en la cuadra, ¡ale burrico! cuando hemos dicho adiós a la cultura agraria y su figura, sin embargo, pasea por  las retinas del recuerdo.

 

En mi primera visita a Moguer, ya hace muchos años, observaría a unos Plateros y, hasta me sentiría un poco Juan Ramón, y quizás fueran descendientes del que inspirara al poeta. Qué lejano, sin embargo, de su estro, de aquella prosa lírica que enaltecía los pasos y los días bajo una luz sorprendente y mágica. Nunca olvidaré esa luz de Moguer, ni qué magia tenía aquel sol, ni  aquellos rayos que nos enviaba el sol como un oro disuelto entre las nubes.

 

Juan Ramón describiría Moguer a través de la humildad de su platero, cuando era un mozo de veinticuatro años; y rememoraría “esa patria de los hombres que es la infancia”, que decía Rilke; y levantaría acta de la vida de su Moguer a través de esa figura que él ha inmortalizado, y que escribir cada página, no le llevaría más de diez minutos. Eugenio D Ors diría que “los niños adorarían a Platero y yo porque no ha sido escrito con premeditación para ellos”. Ese gran título que, en un principio, llevaría el de “Elegía Andaluza”.

 

[Img #37282]En el alma de Juan Ramón, yacía una pena melancólica, quizás una neurosis en ese rostro con cierto aire monacal, excelso lírico capaz de enamorar no sé, si con versos o sin ellos, a las mujeres. Las tres mozas de Moguer – una de ellas, Pinzón -, que encendían sus afectos y quizás vieran, en su angulosa rostro, al mismo Don Juan Tenorio; y ni su salud frágil impediría ese fulgor del corazón, a pesar de sus estancias en clínicas, por ejemplo en la madrileña El Rosario, en la calle Príncipe de Vergara, y las revueltas de corazones núbiles y, sin embargo, ardientes, que hasta la Superiora ordenaría el traslado de alguna que otra novicia. Qué les daría Juan Ramón: quizás unos versos húmedos sobre sus cabellos, o poemas de flor de la jara  o un narciso. ¿Qué les dabas, sí qué les dabas, poeta mayor del Universo?. Qué duro sería para Marga Gil Roësset, mujer renacentista, que hablaba cuatro idiomas, escultora y dibujante, hermana de Consuelo – gran señora, a la que traté mucho, hace años, amiga de Don Pedro Sainz Rodríguez, editora de la revista “Chicos”, que leía Don Juan Carlos I, cuando era adolescente -, qué duro resultó, para esa gran mujer, el suicidio de su hermana.

 

Margarita y Consuelo admiraban a Zenobia Camprubí –  esposa de Juan Ramón y traductora de Tagore -. Marga le hizo un busto a Zenobia y quedaría prendada del poeta, hasta el extremo de que, su sentido religioso le llevaría, al no poderse casar con Juan Ramón, a dispararse un tiro en la cabeza, después de haber destruido toda su obra. ”Qué hermoso es el atardecer del último día”, le dirá, en una carta de despedida, a sus padres.

 

Tras ese gran lírico, valetudinario y melancólico, se escondía, sin embargo, un hombre muy erótico, como ha descubierto José Antonio Expósito en “Libros de amor”, a través de noventa y tres poemas, escritos en la soledad del poeta en Moguer. “Ella ansiaba saciarse…/ por si la vida no le daba el goce… honrado / Yo iba sólo por un afán de novedades…” De todos modos, Platero será eterno, vendrá siempre con nosotros y nosotros con él, pasearemos en las calles del tiempo ido; y no nos importará la tarde de su entierro, ni “septiembre, rosa y oro (que) lo acariciaremos“, y veremos “la tierra húmeda de grandes lirios amarillos.” Y necesitaremos verte, Platero, por las calles desiertas de las aldeas y las villas, porque el pollino siempre vendrá, afortunadamente, en procesión, un día grande, muy grande, pero Platero seguirá en  la pradera de nuestros sueños.