Mi caro amigo, del que ya hice las presentaciones en la anterior Pingolleta, me pide que le mantenga en el anonimato. Él sigue siendo fiel a sí mismo y a mí mismo (galimatías que solo entendemos los iniciados). Malos tiempos para la fidelidad, que hasta el director, guionista, actor, músico, dramaturgo, humorista y no sé cuántas cosas más, conocido por Woody Allen, afirma que “hoy en día la fidelidad solo se ve en los equipos de sonido”. En pasadas lunas, mi amadísimo colega seguía al pie de la letra lo que dijo el escritor francés Jean Anouilh: “Uno es fiel a sí mismo, y se basta”. Eso es lo que quisiera él, pero los sentimientos mandan y una voz, cargada de evocaciones pasadas, le traen a mal traer y le fuerzan a compartir la fidelidad con unas aturquesadas pupilas que se le clavaron como rehiletes en las suyas.
Por si no hubiera fumata blanca, él guarda celosamente su pistola en el cajón de la mesa de su despacho. Tiempo habrá para agujerear su sien izquierda (no puede ser la diestra, porque no es de derechas), si llega el caso. Antes, tiene pensado quemar otros cartuchos. Se acercan fechas entrañables, con muchos toques de panderos y zambombas. Galas y banquetes navideños. Si ella le guarda un sitio en su antipolítico escaño para oler sus feromonas más de cerca, es posible que las copas resbalen mejor por la garganta. Mi amadísimo colega tenía in mente hacer las gestiones oportunas para celebrar el ágape en el Palacio Presidencial de Mérida, antes que José Antonio Monago, fogoso “bellotari” de estas tierras no tan duras ni tan extremas, lo acabara de vender al mejor postor. Monago, con gran dolor de sus ventrículos, no ha podido mantener la fidelidad a la que fuera su Olga María Henao Cárdenas y el horno no está para muchos bollos.
Imposible usar tal Casa Presidencial, de cuya venta dicen los que no tienen mejor cosa que decir que “es una eludible cuestión de salud democrática”. A lo mejor son ellos los que adolecen de tal tipo de salud: uno por montar el circo y el cirio para seguir como lapa en su sillón, y los otros por hacerse callos aplaudiendo. El Palacio Presidencial no está disponible, máxime cuando toda una plataforma ciudadana a la extremeña clamará, con fogosa voz el próximo 11 de los corrientes, que “verdes las han segao”. El pasado jueves les taparon la boca. El primer paso lo dio, hace una gavilla de días, el primer mandatario emeritense, Pedro Acedo Penco (¡vaya par de apellidos más desabridos y desaboridos!), el cual, pese a ser del mismo redil que Monago y que debería ser guardián de tan noble Casa, faltó a la fidelidad debida y le hizo un corte de mangas al centurión de su cohorte. Ya lo advertía el poeta latino Décimo Junio Juvenal: “¿Quién guardará a los mismos guardianes?”
No obstante, Monago tiene sus incondicionales. A este capitán de la nao “Extremadura” le ha salido al quite su “Teniente” (por nombre Cristina), vicepresidenta de la Junta. Comentaba la actriz y cantante alemana Marlene Dietrich que “a cualquier mujer le gustaría ser fiel. Lo difícil es hallar el hombre a quien serle fiel”. Pues Cristina lo ha encontrado, haciéndose cómplice de las improvisaciones, ocurrencias y políticas a salto de mata de su superior a bordo. Cuidado con que alguien caiga en desgracia. Entonces, se hará patente que del amor al odio solo hay el canto de un euro (antes, se decía “el canto de un duro”). Aviso, también, para mi amigo el navegante, que surca a estas horas un océano proceloso. Quien espera, desespera.
Se le chafaron los cálculos a mi íntimo, aunque, dicha la verdad, tampoco puso gran empeño en hacer la cabra navideña en el mentado Palacio, ya que los palacios les suenan a rancias monarquías, y él es, más bien, republicano. Prefiere, según me ha dicho, realizar tan esperado encuentro en la legendaria Cueva del Drago, entre las villas de Pozuelo de Zarzón y Santacruz de Paniagua. O en la cámara funeraria de alguno de los dólmenes de la dehesa boyal de Montehermoso. Ambos son puntos míticos, donde es preciso dejar, como las culebras, la vieja piel, para resurgir, cual Ave Fénix, de las cenizas y jurarse fidelidad hasta más allá de la muerte.
Consejos le he dado a mi leal camarada para que, ataviado con indumentaria al estilo de Cabezabellosa, inste a su hermosa hurí, cuyo fulgor añil espanta a todas las bestias, a que se coloque el traje de pastora, con pollera (tan propio de los inmensos berrocales), y, como más vale lo bueno conocido que lo malo por conocer, se lleven mutuamente al cielo sin salir de los espacios mágicos que siempre les fueron familiares. Que le den morcillas (ahora es tiempo de matanzas) al Palacio de Irás y no Volverás. O que lo ocupen los okupas o los pobres desahuciados por el deshumanizado mundo de los grandes bancos y por los politicastros que lo permiten.
Que haya fumata blanca para el camarada, pero sin oscuras compraventas, que en guardia ponía el historiador romano Tácito a los oyentes cuando decía: “La fidelidad comprada siempre es sospechosa y, generalmente, de corta duración”. Lástima que Monago, cuya amortización está más que cantada, no hubiera leído antes al autor del “Diálogo sobre los oradores”.