CAOZOS HAY MUCHOS

Se cayó en el caozo (se llama caozo, en algunos lugares de Castilla, a un pozuelo de
agua) pues era noche oscura y no lo vio, «perjudicado» como venía con el grupo de
amigos, desparramados por el campo a través, después de que se les hiciera tarde con la
francachela.

Paráronse éstos cuando se apercibieron de su ausencia y en ello estaban, escudriñando
la oscuridad con los ojos, cuando de entre las sombras surgió otra sombra empapada de
agua y verdín, que se dirigía de manera torpe hacia ellos.

Pegaron un brinco del puro susto y salieron disparados por la llanura cuando oyeron una
voz que, a gritos, les decía : «¡No corráis, que soy Lorenzo, no corráis que soy Lorenzo…!»
Cuando yo conocí a Lorenzo, era policía nacional. Un señor con toda la barba, serio y
educado, que charlaba de vez en cuando con mis padres al encontrarnos en el paseo.
Eran tiempos antiguos y la socialización se realizaba de otras formas. Pobres (o ricos)
niños rústicos que se hacían hombres al salir a la mili o a la guerra y que volvían contando
las veinte mil anécdotas, carteándose los unos con los otros, durante mucho tiempo,
desde sus lugares de origen, de vida y de muerte.

Después entramos en Europa y se popularizaron Internet y los ordenadores. Así que el
mundo se globalizó. La ropa, las comidas, las costumbres…Todos, bastante copias de
todos. Lo que intuyera la literatura visionaria se hizo realidad. El mundo pareció achicarse,
de tan próximo que se veía en las pantallas, y lo rural se acercó a lo urbano y lo urbano a
lo rural. Confundiéndose. Y el lenguaje ayudó. Porque las palabras, en contra de lo que se
piensa, tienen tanta fuerza que imponen su mandato, transmutando la realidad.

Y nuestros hijos aprendieron inglés. Y de tanto decirles que debían prepararse para que el
mundo y el azar no los detuviera, nos hicieron caso. Y ya están, no sólo en Podemos
como dice sagazmente un político , sino en vuelos internacionales, en empresas de corte
mundial, en otras villas y otros valles, nuevos descubridores de nuevas tierras. Porque
Europa está envejecida y España también, y ellos buscan economías y sociedades en
transformación que ofrezcan nuevas opciones. Para bien y para mal.

El futuro no está escrito. O tal vez si. Pero de lo que no cabe duda es de qué debe
invertirse alguna vez la tendencia de salida de España en pos de él. Y la escasa reversión
del capital humano que entre todos contribuimos a desarrollar. Los jóvenes debieran
poder invertir sus capacidades aquí. Porque el problema no es que salgan o entren, ni
siquiera que su lugar físico de trabajo no sea un sitio concreto, sino que demasiadas
inteligencias sirven fuera de nuestras fronteras, en lugares distintos al nuestro, a
concepciones de evolución y trabajo en aquellas partes del mundo, y apenas hay retorno
(desde todos los puntos de vista) para el país que los ha instruido.
País, por otra parte, que se lo pone difícil al estar fuertemente burocratizado, con
protocolos rígidos y escasa permeabilidad de unos sectores a otros. La I+D+I sigue
siendo una asignatura pendiente, tanto en la empresa pública como en la privada y la
clase política tiene demasiada prevalencia sobre las demás. No vamos bien.
C