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LA EXTRAÑA SEDUCCIÓN DEL PODER

OPINIÓN
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Que
el poder seduce y corrompe son dos axiomas que han quedado
evidenciados a través de todo el proceso de la historia. Si todo
poder seduce y si todo poder corrompe es un dilema con difícil
solución porque a la vista de los gérmenes encontrados ciertamente
no podemos generalizar e intentar acusar de ello a todo bicho
viviente que, fuera por casualidad o fuera por arte desleal, haya
obtenido del resto de los mortales autoridad y legitimación para
departir acaso un poco o un mucho de poder.

Es
una verdad empírica, sin embargo, que el poder tiene una atracción
especial, fuerte y desmedida que seduce a los mortales e incluso a
los animales, les crea una dosis de sustancia en el cerebro y les
produce un estado de bienestar de imposible explicación natural pero
capaz de hacerles modificar sus pautas de conducta, sus costumbres,
sus estados de ánimo, etc. Hasta aquí todo me parece normal, dentro
de la lógica. De por sí, por su cualidad innata el poder no tiene
virus maligno de origen ni se trata de acción ilícita, prosaica o
divina. Poder es sinónimo de potencia, de fuerza, de facultad, y
está tan repartido como el aire. Raro ser carece de algo de poder.

Más
aún, el poder, en el empleo incontrolado puede convertirse en
vencer. Es entonces cuando hemos de prestar disconformidad con el uso
del concepto. El poder es un don que quien lo tiene lo recibe de
alguien -alguna persona, alguna institución, muchas personas, una
situación determinada- y su ejercicio nunca puede configurarse
dentro del concepto de vencer. Quien da poder a otro no puede ser
vencido por este ni sometido ni vengado. El poder, desde una
perspectiva civilizada, se otorga para mejorar el ámbito en el cual
debes ejercerlo, así está expresamente instituido.

Más
aún, ¿por qué, en las sociedades modernas, el poder se delega?,
¿por qué un elegido en cualquier metodología democrática acuna
tanto poder, él solo?. Si en sociedades como la nuestra el poder
emana del pueblo no consigo entender la extraña paradoja de que
quien lo ejerza, en sistema ocasionalmente delegado, obtenga una
capacidad ilimitada de obrar. Ni acabo de entender la tolerancia
institucional y popular ante evidentes abusos de poder. De tal manera
que podríamos acuñar este lema: “te doy el poder para que seas mi
enemigo”; porque se nos antoja la existencia de esa enemistad entre
el poderoso que manda y el otorgante que obedece.

Admito
la seducción por el poder, por el conocimiento, por la libertad, por
el amor, mas no es admisible en derecho ni humana ni
constitucionalmente que el poder sea un referente de desigualdad,
altivez, soberbia o arma para vencer a quien fuera el otorgante. Algo
debe cambiarse.


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