Digital Extremadura

SIN REFERENCIAS

OPINIÓN
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Aunque mi paso por un Ayuntamiento me ha
dejado un sabor agridulce (hay muchas 
personas buenas en su oficio, pero también otras escasamente
competentes), el conocimiento que tengo de la institución me hace reivindicar
de forma clara y decidida el papel de las administraciones locales en relación
al bienestar de los ciudadanos. Son el primer paño de lágrimas, tan cerca de
todos, cuando aquellos han de resolver cuestiones primeras del día a día y esa
circunstancia las hace imprescindibles.

 

El Gobierno Rajoy ha emprendido la reforma
local con el beneplácito de todos pues las leyes existentes han quedado
obsoletas por la vía directa de los hechos. No es lo mismo un Ayuntamiento de
ahora que el de principios del siglo XX, no solo por el aumento de vecinos sino
porque las circunstancias sociales y culturales de los mismos han cambiado y
sus necesidades también. La mayoría son gente formada que sabe lo que pide y
eso, junto con el avance de las nuevas tecnologías y su normalización en la
mayoría de los hogares, obliga a los administradores a otra forma de respuesta,
mucho mas rápida y eficiente, si cabe.

 

Pero la reforma que defiende Rajoy no me
gusta. El texto parece una especie de «manta de trapos» con trozos
distintos pegados de manera más o menos estética, sin una idea global de
conjunto y con un aparente desconocimiento de que la reforma local no puede
negociarse sin una ley de financiación adecuada presentada de forma paralela a
una financiación autonómica.


Porque es hora de repetir las veces que haga
falta que los Ayuntamientos no son los culpables de la crisis, ni siquiera los
responsables. Ni su número de concejales, ni las dietas que cobran, cuando las
cobran, ni su forma de gestionar. El problema de los Ayuntamientos ha sido
otro. Ha consistido en que han tenido que ofrecer servicios demandados por sus
vecinos sin tener financiación para ello. Cualquier alcalde lo sabe y cualquier
alcalde se ha visto muchas veces en la necesidad de trabajar en asuntos
necesarios en su localidad aunque no estuviesen reconocidos expresamente en sus
competencias.


Por eso es tan indigna la demagogia que
incluso alcaldes del PP hacen a este respecto cuando intentan
«criminalizar» el trabajo de los que le precedieron de otro signo
político. No se dan cuenta de que su actuación puede convertirse (sin duda lo
veremos) en una especie de boomerang  que
se volverá en su dirección más pronto que tarde.

 

Estamos perdiendo las referencias. En un
corto espacio de tiempo hemos visto morir a tres personas muy importantes (cada
una en su campo) de nuestra realidad: José Luis Sampedro, economista y
escritor, Margaret Thatcher, ex primera ministra británica, y Sara
Montiel,  actriz y cantante. Los tres con
personalidades fuertes que no han dejado a nadie nunca indiferente.


Se han muerto y con ellos unas referencias
concretas para todos. Como pasará con los Ayuntamientos, muchos de los cuales
se encuentran hoy amenazados de desaparición por una falsa idea de la
democracia y de la utilidad.


Y la pregunta que yo me hago es muy sencilla.
Cuando los referentes se acaben ¿por quien o por qué los sustituiremos? ¿O
vamos a conformarnos con la nada? Porque la nada es el principio del fin.


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