Un público expectante abarrotó el Gran Teatro en la espectacular inauguración del XXIV Festival de Teatro Clásico, con el estreno absoluto de El nombre de la rosa. En la inevitable comparación de la novela, el film y su dramatización, es fácil decantarse por esta última, dada su buena adaptación, alta calidad escenográfica e interpretativa en los principales papeles, bien dirigidos por Garbi Losada.
En cuanto a la puesta en escena, sorprende la inicial proyección de un pergamino y de un códice, una de cuyas hojas se abre y por ella salen 9 monjes estrafalarios con un farol y cantando gregoriano. La atención se pone en el multifacético libro , que meteóricamente se transforma en iglesia, celda, biblioteca laberíntica; en ella hay muchos tesoros del saber clásico y por ello ahí se va a celebrar una importante reunión entre unos caricaturescos delegados pontificios y dos franciscanos: Guillermo de Baskerville ( Karra Elejalde, en estelar interpretación) y su novicio Adso (el novato Juanjo Ballesta).Tratarán de cómo el voto de pobreza eclesiástica no se compadece con las riquezas eclesiales. Mientras tanto, le encargan a los dos citados franciscanos que investiguen unas misteriosas muertes de unos monjes, cuyas lenguas y manos están negras. Después de varias pesquisas las relacionan con la biblioteca: en ella descubren que algunos libros prohibidos están envenenados y letales.
Acaba la representación con el incendio de dicha biblioteca y el lamento funeral de los monjes, cuya interpretación general resulta exageradamente expresionista y paródica, en contraste con la naturalidad magistral de los investigadores franciscanos; desiguales también su vestuario y caracterización.
Muy buena la luminotecnia, la música y demás efectos. Este espectacular montaje mantuvo el interés del público, que rió a ratos y aplaudió entusiasmado al final, con bravos y evidente contento general.
