El verano y el calor favorecen el desarrollo de virus y bacterias que colonizan el agua y los alimentos. Como consecuencia de ello aumenta considerablemente la aparición de diarreas agudas, que pueden ser particularmente graves en niños y en adultos de edad avanzada.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la diarrea es
una de las principales causas de muerte en niños menores de cinco años y cada
año fallecen en el mundo alrededor de dos millones de niños.
En la mayoría de los casos están causadas por agentes infecciosos debido
a la ingestión de alimentos deficientemente conservados, agua en mal estado,
frutas y verduras mal lavadas, o por el hecho de compartir cubiertos y otros
utensilios, práctica muy frecuente en los niños.
La diarrea se caracteriza por un aumento en la frecuencia de las
deposiciones (3 o más, de consistencia menor de lo habitual, en 24 horas) y en
algunos casos va acompañada de fiebre, intolerancia a los alimentos, vómitos y
dolor abdominal, en caso de persistir puede provocar deshidratación que, en
menores de 5 años y adultos de avanzada edad, puede resultar grave.
En esta época
es también frecuente la aparición de la denominada ‘diarrea del viajero’,
provocada por la ingestión de alimentos o agua contaminada durante los viajes. Ciertos
medicamentos, principalmente los antibióticos, también producen diarrea y su
consumo aumenta también con el calor por otitis producidas por la mayor
afluencia a las piscinas, entre otros.
La diarrea se
produce por la modificación del tipo y cantidad de los microorganismos que
habitualmente colonizan el intestino y colaboran en sus funciones cotidianas, lo
que provoca un desequilibrio y una alteración de las funciones de absorción de
nutrientes, líquidos, minerales, etc., con pérdidas, fundamentalmente de agua y
sales, en las heces.
Estas bacterias componen lo que se conoce como ‘flora intestinal’ y son
extremadamente sensibles a infecciones,
cambios en la alimentación, estrés, o algunos medicamentos.
PROBIÓTICOS
El tratamiento con probióticos se perfila como una
herramienta de gran utilidad para el restablecimiento de la flora intestinal
alterada. Los probióticos
deben ser de origen humano, no tener propiedades patógenas, resistir los
procesos tecnológicos, ser estables frente a ácidos y bilis, tener capacidad de
adhesión al tejido epitelial, persistir en el tracto intestinal, producir
sustancias antimicrobianas y tener capacidad para aumentar de manera positiva
las funciones inmunes y actividades metabólicas.
Expertos reunidos recientemente en el Colegio de
Farmacéuticos de Alicante han debatido sobre la aplicación en el futuro de los probióticos que se
perfila como muy prometedora, así algunos consideran posibles sus efectos
beneficiosos en patologías como el cáncer de colon, intolerancia a la lactosa,
fibrosis quística, estreñimiento funcional, obesidad o riesgo cardiovascular,
entre otros.
No obstante,
la adopción de ciertas medidas higiénicas (lavado adecuado de frutas y
verduras, lavado de manos) y evitar la ingestión de alimentos posiblemente contaminados,
así como la prevención de otitis y otras patologías propias de la estación
veraniega, ayudarán a evitar diarreas que, sobre todo en el caso de los más
pequeños, pueden suponer un trastorno para la familia.