Ha llegado el frío. Todavía no es cosa de esmorecerse, ni claman las manos, orejas o la punta de la nariz; no hemos llegado a tanto; pero ya hace frío. Sobre todo cuando la tarde va, lamentándose, dejando paso a las sombras. Entonces, en el campo sin gente, el frío gris oscuro, se va colgando de las encinas, por tesos y vaguadas, por repechos y por veneros –¡ay! – aún demasiado resecos.
Ayer y
antier, sobre LP, un manto grisáceo de nubes muy altas, apagaba la luz y le
daba un tono mortecino, plateado plomizo, al vagar de acá allá, la escopeta en
los brazos. Lo demás fue esa perdiz que se levantó vertical, con la escandalera
de alas y de alarido, y a la que pusimos, tarde y mal, los puntos sabe Dios
dónde; y luego esos lances de unos y otros, y esas peripecias en torno al
alcabor de la chimenea.
Cuando los
chicos se fueron a dar una vuelta, a ver si han empezado ya los pajaritos, o si
se ha situado ya la punta de torcaces, nos quedamos en el coche ronroneando la
siesta del fauno, y nos deleitamos con el simple y sencillo espectáculo que nos
sirvieron tres preciosas lavanderas que, confiadas, picoteaban la hierba a
cuatro pasos de nosotros.
La caza es
fatiga, frío, caminos, y el paso hostil de mil alambradas con espinos que nos
dificultan el ejercicio. Pero también el delicioso baile de tres pajaritos,
grises, blancos y oscuros que, al unísono y grácilmente conjuntados, se movían
en una encantadora y deliciosa danza.
Dice la enciclopedia: La lavandera blanca o aguzanieves,
conocida popularmente como pajarita de las nieves ó pitita, es una pequeña
especie de ave paseriforme de la familia “motacillidae”. La grácil y estilizada
lavandera: motacilla alba