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LAS AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN

OPINIÓN
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Sobre la peligrosidad de los gorros de natación. No son buenos para el riego sanguíneo. Presionan el hueso occipital contra el parietal que a su vez empuja el frontal de modo que la piel que cubre este último, es decir,  la frente, se llena de arrugas horizontales que caen en cascada formando surcos  por encima de las cejas impidiendo el ángulo visual y el riego en el cerebelo destruyendo, además, algunas de nuestras neuronas.


Para ampliar la panorámica de visión se inventaron  las gafas de natación, aunque también para evitar el contacto de los ojos con el agua. Estas gafas están fabricadas con el mismo material que el gorro, la silicona, que se incrustan en las cavidades oculares hasta llegar a parecer que forman parte de uno mismo, como una prolongación de nuestros ojos, igual que los sapos de la Antártida. Esto es debido a que las gafas van sujetas a la cabeza por una goma elástica que, de puro apretada que tiene que ir, disminuye nuestros reflejos y,envejece en poco tiempo debido al estiramiento extremo al que es sometida. Por esta razón podemos llegar a la conclusión de que la vida útil de las gafas es corta.

El gorro, en cambio,  no envejece nunca con el paso de los años, es como Cher, pasa el tiempo y sigue igual o más joven. El gorro de silicona como bien podéis adivinar, no transpira, lo que hace que no exista vida dentro, no hay sitio. Esto es importante para los padres con hijos en edad escolar y con riesgo de contagio de parásitos,  pueden tenerlo en cuenta como medida disuasoria por si los piojos estuvieran al acecho.
Ya os aseguro que ahí no entran, no cabe un alfiler.

Una vez que nos hemos enfundado el gorro y las gafas bien apretadas para que no nos entre ni una sola gota agua en los ojos, ya podemos acceder al recinto de la piscina donde nos va a recibir una bocanada de lejía mezclada con cloro, ese olor no lo vamos a olvidar en la vida.

Ha llegado el momento de saltar a la piscina a desarrollar nuestras aptitudes acuáticas. Sobre mi experiencia en el agua haciendo largos no voy a dar muchos detalles, forma parte de mi vida privada y como no soy famosa no os interesa, pero en la piscina vamos todos con el gorro de color negro que nos regalan con la inscripción. Esto me parece un error, porque cuando los de mi calle nadamos a braza parecemos morcillas de Burgos flotando en un cocido montañés mientras el agua está en ebullición y no se nos distingue.

Cuando salimos del agua y nos quitamos el gorro y las gafas la liberación que sentimos es tal que parece que seamos más felices incluso de lo que ya somos un día cualquiera de nuestras vidas. No estoy muy segura de que el deporte dé la felicidad pero algo ayuda. Desde que me he cambiado a nado libre y voy con una amiga me lo paso mejor, al menos cada vez que nos cruzamos  con el «yeti» que nada en la misma calle y que, en lugar de llevar el gorro en la cabeza, debería llevar un traje de neopreno como los surferos, no porque el hecho de parecer un oso sea influyente  para el desarrollo de esta actividad física y vaya a ganar media centésima de tiempo en cada largo, sino por higiene y porque cada vez que nos le cruzamos me dice mi amiga ¡cuidado que viene el yeti! y entonces mi vida corre peligro, porque me da la risa y cualquier día me ahogo. O lo que sería mucho peor, me trago un pelo.

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