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EDITORIAL MAYO

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“¡Que se nos va la Pascua, mozas!” decía la letrilla del gran Góngora. Eso, que se nos escapa mayo sin reflexiones sobre la caza. Mes anodino y de desesperante espera. Aunque, claro, según se mire.

Que tal vez los cazadores aquejados de la
“corcitis” anden ya con su desasosiego al canto, sin encontrar paz ni reposo en
sus sueños de poner tras la cruz del visor el fino lomo de su soñado príncipe
de umbrías y florestas. O tal vez los esperistas estén ya quitándoles horas al
sueño y aguantando, estoicos, la impertinencia de las miríadas de mosquitos que
abundan hogaño en el monte; eso sí: como sientan los pasos del cochino camino
del barrero, se acelerará su corazón y la emoción embargará si hálito. No es
broma meterle en el codillo un plomazo a un buen guarro en las penumbras del
ocaso.


Los demás, a
morirnos de inacción y de sueños, viendo esto y aquello a ver si ajustamos el
cazadero para la próxima; indagando aquí y allá sobre si ir echándole ya algo
de grano a las volátiles para tirar un par de días algún tirillo al cabo del
estiaje de agosto. Ya veremos. Al cabo, nuevas leyes y normas. Que sean para
mejorar el panorama escuálido de la caza menor, porque hay que ver qué
temporada, la pasada, señores. ¿A dónde vamos, a este paso? 


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