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DE CAÑAS, CON CAÑETE

OPINIÓN
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     Él era bracero, como lo fue su padre, Modesto García Pérez, y sus abuelos:  José y Bernardo.  De mozo cantaba muy bien y trabajaba, en ocasiones, en la finca de “La Dehesilla”, uno de los grandes latifundios de los que está rodeada la villa de Santacruz de Paniagua.  Estragos hicieron las diferentes Desamortizaciones en esta población, sacándose a subasta los muchos terrenos comunales que poseía, que fueron comprados por cuatro ricachones y empobreciendo, así, al pueblo llano.  Basilio García Clemente era un buen mozo. Lo llamaban para animar las fiestas y otros saraos aquellos terratenientes absentistas que vivían en la capital del Reino y que, de vez en vez, se acercaban a las mansiones que tenían en la antigua villa de Santacruz de las Cebollas.  Cuando le exhibían como “cantaol”, le hartaban a comer, a beber y a fumar buenos puros.  Pero el resto de los días le explotaban de sol a sol, como a un paria jornalero.  “Muchu compadreal y güénah palmadítah pol la espalda –me contaba Ti Basilio- loh díah que vinían los señórih de Madrí, peru, aluegu, a trabajal cumu un burru”.  Llegó la Guerra y Basilio, al que le decían “Chamboy” y “Chillu”, tuvo que alistarse a la fuerza para luchar contra los que defendían a las clases trabajadoras.  Fue hecho prisionero y los republicanos le abrieron los ojos.  “Yo háhta que no caí prisioneru no sabía jadel la o con un canutu –me refería, sin soltar el cigarro de la mano-.  Era máh torpi que un jabal, peru un comandanti, qu,era comisariu de loh rójuh, me diju lah treh verdádih del barqueru y m,enseñó que loh próbih no éramuh probih pol nacencia o pol dehgracia, sino polque tó ehtaba mu mal repartíu y que si el pé grande se comía al chicu, era polque loh chícuh, que siempre son máh, s,achantaban y no tenían cojónih pa comelsi al grande”.  Y, desde entonces, Basilio comprendió las razones de aquella Guerra y fue consciente de su esclavitud pasada.

 

 

     Como es de entender, a estas alturas del siglo XXI, no pasa por las cabezas de ningún bien nacido que nuestro sanchopancista (y no por pertenecer al pueblo bajo) Miguel Arias Cañete, el que estudió en el selecto colegio de los jesuitas de Chamartín, haya sido un esclavista con los obreros que han trabajado en las grandes fincas de su mujer, Micaela Domecq y Solís-Beaumont.  Es sabido que esta dama andaluza, de alta alcurnia, ligada al marquesado de Valencina y copropietaria de la ganadería de Jandilla, es dueña de un buen puñado de latifundios, nueve de los cuales fueron puestos en entredicho (dos de ellos en Extremadura) por recibir ayudas comunitarias que no estaban muy claras.  Posiblemente, al que ha sido hasta el pasado 28 de abril flamante Ministro de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, le hubiera gustado conocer a Ti Basilio Chamboy, pero el que era quinto del escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera dio el último suspiro un día de San Zenón de 1988, con 79 abriles.

 

 

     No sabemos si mañana se alzará con la victoria en las Europeas este pelicano, de prominente estómago, al que acusan de haber trapicheado para que engordasen como cebones tanto los terratenientes como las multinacionales de la alimentación.  Consciente soy de que el ex ministro no es ningún ajo cañete, de esos que tienen las túnicas de sus bulbos de color ojo, sino que él tira más bien a azul, como el color de los carteles donde aparece retratado.  Pero a pesar de ello, gane o no gane, me gustaría tomarme unas cañas (aunque yo soy más bien de vinos) con él, por ver si es cierto que los 32 años que lleva en la política le han fajado como a un auténtico político de raza y por ver si es verdad que, estando en su salsa, tira a matar, como los buenos diestros.  Seguro que el hijo de Alfonso Arias de la Cuesta, abogado del Estado y conocido preboste franquista, me soplará al oído confidencias como esas de los 400.000 euros brutos que declaró a Hacienda en 2011 y sobre los 300.000 euros recibidos, como sobresueldo, de manos del PP, donde milita para mayor gloria de la Humanidad.

 

 

     Confío, igualmente, que, entre caña y caña, nuestro Cañete, al que también señalan como artífice de los recortes de las ayudas de la PAC, de la reducción de fondos de desarrollo rural, de la exclusión del olivar en pendiente de las ayudas asociadas, del varapalo a las energías renovables, de los desaguisados en las plantas de purines y de no sé cuántas cosas más, me relatará otras historias no menos suculentas.  Puede que aquellas concernientes a sus intereses empresariales en las petroleras “Ducar” y “Petrologis” o sobre sus acciones en el Banco de Santander, en el BBVA y en compañías inmobiliarias de Cádiz y Madrid.  O quizás me sorprenda, cuando ya las cañas vayan haciendo su efecto, de sus artes malabares para hundir la empresa pública TRAGSA, completamente saneada y con buenos beneficios a su llegada al Ministerio, en 2011.  Todo sea por enriquecer a empresas privadas y enchufar a personajes vinculados a la derecha.  Y apuesto a que me descifrará sus tejemanejes con la Gürtel y con Bárcenas, o su papel de lobista en lo tocante al Medio Ambiente, donde galoparon desbocadas las privatizaciones, el mercantilismo y la precariedad.

 

 

     Con un puñado regular de cañas al coleto, Cañete, macho ibérico donde los haya, no puede abandonarme sin mentarme los regadíos, que dicen las malas lenguas que mañas se ha dado para ahogar a los regantes a costa de beneficiar a las compañías eléctricas.  Ya lo decía él, allá por Jaén, en cierto foro de opinión y debate: “El regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”.  Quizás terminará hablándome de la gran coalición PP-PSOE, que exigirán los poderes fácticos europeos y que no sería extraño que se fraguase una vez que pase el ruido electoral.  Hay que defender con uñas y dientes el bipartidismo.  No le preguntaré por sus presuntos cómplices, que a la memoria me viene el nombre de Agustín Villarroel, suegro de nuestro paisano Carlos Floriano, vicesecretario General del PP.  Cuentan que el ganadero Villarroel se embolchetó muchos euros de ayudas comunitarias que no se caracterizaron por su transparencia.

 

 

    …Y dándole las merecidas gracias por la distendida y amena conversación, saliéndonos ya la espuma de las cañas por las comisuras de los labios, dejaremos la tasca y pondremos el pie en los asfaltos. Presumiblemente,  Cañete, el que no es un rojo ajo cañete, mirará a un lado y a otro y exclamará, como ya lo hizo Soraya Sáenz de Santamaría: “¡Se ve ya mucha más alegría en las calles!”  Pero, ¡ojo!, que puede que Ti Basilio “Chamboy” aparezca de improviso y le espete: “¡Qué alegría ni que óhtiah, si eh un revoltoriu de genti que vieni tocando campanílluh y dandu vócih contra éhti Gobiernu que moh ehtá dejandu corátuh y moh ehtá llevandu a la urnia!”

 

 

     Que al que Dios se la dé mañana, San Pedro se la bendiga.  Amén.

 

    


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