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LA PATRIA EN ARMAS

OPINIÓN
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  Por aquellos pagos de la “Arrocetuna”, donde se besan las tierras pizarrosas con las graníticas, seguíamos el rastro de numerosos fragmentos de tégulas, ímbrex, pesas de telares, restos de dolias y otras piezas que denotaban claramente la antigua huella del romano. Aún no había entrado este servidor en quinta y coincidí una tarde de septiembre con Antonio Calvo Dosado.  Era ya muy mayor y en el pueblo se le llamaba Ti Antonio “El Correo”.  Había nacido el día de San Prosdócimo, allá por 1899. Andaba faenando en una viña de su propiedad, donde, según nos narraba, “apaecían cáchuh de tinajónih, de téjah y ótruh achipiérrih jerrumiéntuh a patáh, cuandu se labraba con lah béhtiah”.

 

     Entrando en conversación, Ti Antonio, hijo de Ti Miguel Calvo Martín y de Ti María Dosado Jiménez, nos refirió que él había sido, junto con Ti Juan Pérez (apodado “Pellejo”), Ti Gabriel Plata (“Ti Gabrielón”) y Ti Pablo Clemente (al que algunos motejaban como “Pernala”), integrante de la Guardia Cívica que se estableció en el pueblo en defensa de la República.  Herencia del Pueblo en Armas del nominado Sexenio Democrático o Revolucionario (1868-1874).  “-El nuéhtru debel era defendel a la República y ponélmuh al frente de loh vecínuh del pueblu, si llegaba el casu, que múchuh ricachónih y genti de poderíu s,andaban compinchandu pa cargálsila y faratal tó lo que se vinía jidiendu en bien de la clasi baja –nos comentaba Ti Antonio, no sin cierto orgullo”.

 

     Cuando en julio de 1936 se supo que el cuartel de Plasencia se había sublevado contra el gobierno republicano, los integrantes de la Guardia Cívica de varios pueblos del norte cacereño levantaron deprisa y corriendo algunos parapetos en la margen derecha del río Alagón, pero solo contaban con cuatro mosquetones del año la nana y, así, era imposible, parar el sangriento empuje de las tropas franquistas.  Al tomar el pueblo, los que habían formado parte de la Guardia Cívica fueron detenidos y represaliados.  “Aquí -contaba Ti Antonio-, nos salvarun el pelleju el cura y el médicu, que se pusun delantri de loh creminálih y leh dijun que golvieran pol andi habían veníu. Peru a algúnuh de loh nuéhtruh híjuh, que ya eran mózuh, leh obrigarun a ponelsi a la juerza la camisa azul, que tóh loh que la llevaban pol ehta zona eran genti de lah deréchah de Gil Róblih, que falangíhtah, lo que se dici falangíhtah, cuasi que no había nengunu ántih de la guerra, y algúnuh d,ésuh de la derecha jidierun múchah barrabasáh. Dicían qu,era pa limpial la Patria y la única Patria d,élluh era defendel a loh ricachónih y tenel a la clasi baja achantá y sin abril lah ñáhcarah”.  Y nuestro paisano consideraba que si se hubieran repartido armas al pueblo, entonces otro gallo hubiera cantado y se les habría parado los pies a los fanfarrones.

 

     Muy clarito tenía Ti Antonio Calvo, el nieto paterno de Ti Manuel Calvo y de Ti María Martín,  dos conceptos: la necesidad de mantener al pueblo en armas cuando los logros revolucionarios, siempre a favor de los más necesitados, peligran por el acoso de los ogros de las cavernas.  Y un sentido del patriotismo que nada tiene que ver con el patrioterismo histórico de la derecha política y sus valedores.  Un personaje tan controvertido pero cada día más tenido en cuenta en su lucidez intelectual como José Antonio Primo de Rivera decía: “Es necesario clamar contra los que amparan bajo la bandera del patriotismo la averiada mercancía de un orden burgués agonizante”.  No dista mucho tal afirmación de la que, hace poco, mantenía el profesor Pablo Iglesias Turrión, cabeza visible de Podemos: “Lo primero que hay que decir es que el concepto de patriotismo no puede estar en manos de vendepatrias, de los que privatizan, de los que entregan la soberanía del país, de los que tienen cuentas en Suiza, de los que defienden los privilegios contra la mayoría de la gente del país”.

 

     Abundando más en el tema, el fundador de aquella Falange tan prostituida por el franquismo y que pagó, en general, el pato de los crímenes cometidos por los militantes de la CEDA y otras formaciones derechistas, afirmaba: “Mientras las derechas defiendan con uñas y dientes el interés de su clase, su patriotismo sonará a palabrería”.  Por su parte, Pablo Iglesias también ha dicho muy alto y claro que “el patriotismo no es llevar pulseritas rojas y gualdas mientras se está en el palco del partido de fútbol”.  Claro que la Patria, esa palabra tan manoseada y bastardeada a lo largo de la historia (incluyendo nuestros actuales tiempos) por las mesnadas conservadoras y espadones de tres al cuarto, la verdadera Patria, tiene mucho más que ver con aquel grito antiimperialista de “¡Patria o Muerte!” que el “Todo por la Patria” que aparece en los frontispicios de muchos acuartelamientos y que nació en los años de la dictadura franquista.  En estos años, el concepto de Patria estaba usurpado por las élites franco-falangistas y era radicalmente opuesto a la Patria con la que soñaban los verdaderos falangistas: “Mi sueño es el de la Patria, el Pan y la Justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que no pueden congraciarse con la Patria porque carecen del Pan y la Justicia”, afirmaba José Antonio.  Y bien cierto era que, en la dictadura, carecieron de pan miles de familias y la justicia brillaba por su ausencia.

     Por abuelos maternos tuvo Ti Antonio “El Correo” a Ti Estanislao Dosado y a Ti Jerónima Jiménez, y él era muy consciente de que defender la República era defender la Patria.  Creía a pie juntillas que el pueblo debería estar armado para defender sus conquistas de auténtico cuño patriótico, como lo estuvieron desde las huestes comandadas por Viriato y otros caudillos ibéricos hasta el maquis o guerrilla antifranquista.  El Derecho de Rebelión, de Revolución o de Resistencia a la Opresión le es reconocido a los pueblos frente a gobernantes de origen ilegítimo o que, teniendo origen legítimo, han devenido en ilegítimo durante su ejercicio. Platón, San Isidoro de Sevilla o Santo Tomás de Aquino ya lo reconocieron. Y, posteriormente, fue añadido a a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, a la Carta Fundacional de la ONU o a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.  Y a este derecho ha hecho mención Pablo Iglesias y otros dirigentes de Podemos cuando han mentado al Pueblo en Armas, siendo tergiversados y apedreados por los patrioteros de siempre.

 

     Cierto es que la palabra Patria quedó enmudecida en las lenguas de las izquierdas por la vil manipulación que se había hecho de ella.  Otra vez comienza a resurgir.  Pero esa voz tan recia y tan sonora solo puede hacer referencia, en boca de los consecuentes y conscientes patriotas, a un pueblo que ha de sentirse soberano, no atado por alianzas atlánticas (OTAN) que tan solo defienden los intereses neoliberales y del capitalismo financiero y que conserve el solar patrio en toda su integridad, sin bases militares ni injerencias de quienes se creen los amos del mundo.  Y ese concepto de Patria conlleva, por de pronto, la existencia de un ejército que no se dedique a defender con uñas y dientes los negocios de las multinacionales.  Reciente está el caso de la Armada Española atacando a una lancha de Greempace en aguas de Canarias.  El teniente Luis Gonzalo Segura, que tanto eco está teniendo en diferentes medios y que sufre actualmente la actitud represiva de la justicia militar contra su persona, califica al ministro de Defensa, Pedro Morenés, de “comerciante de armas” y afirma que “la prepotencia política del Gobierno se desplaza a la prepotencia autoritaria de las armas”.

 

          Sabía de sobra Ti Antonio Calvo, al que se le cortó la respiración en la efemérides de Santa Severiana del año 1983, que falangistas de verdad solo hubo cuatro gatos antes de la guerra.  Luego, se contaban por cientos de miles los que se camuflaron bajo una camisa azul, color del mono del obrero: derechistas en su mayoría o gente con un pasado comprometido que tuvo que hacer méritos para que no le cortaran las orejas.  Entre ellos, muchos de gatillo fácil, que hicieron de las suyas.  Hoy en día, todavía siguen prietas filas ensuciando esa camisa, flameando sin pudor alguno la bandera rojinegra (símbolo del sindicalismo revolucionario) junto a la monárquica o rojigualda (José Antonio detestaba a la monarquía) y llenándoseles la boca de patrias franco-falangistas, que no joseantonianas.  Y otros, sin camisas azules pero no descamisados, ya fueren de la derecha militante o de la izquierda aguachinada, se aferran a las urentes y sectarias patrias con tal de no perder sus prebendas y sus sillones.  Llegan tiempos nuevos y, tal vez, todos éstos ya presienten que alboreará una nueva primavera y no les llegará la camisa al cuerpo.


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