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HUERFANITO QUE PERDISTE EL BALON

OPINIÓN
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Qué sabrías tú, pequeñín, que la pelotita de papá caería no en las altivas olas del Cantábrico, qué sabrías tu criatura de arena y juego, que te asomarías al mar, a ese bravo mar Cantábrico y te refugiarías, corriendo, en los brazos de “Jimmy” – que Dios guarde -, y te animaría el papá ido en esa “gota irónica” del río Manzanares, ¡qué fatalidad lo que es la vida! y, con la pelota, te diría:”¡Vamos, vamos, échamela!”, mientras le darías con tus pies de seda un toquecito  y correríais juntos quizás soñando, “Jimmy” con la  lejana sepia temporada del  brasileño Bebeto o recordando quizás los  cromos de Amancio o de Arsenio, el más jovencito, y le habrían llenado alineaciones su memoria, ilusiones, la gloria y la fantasía de unos sueños, allí, muy cerquita de donde el mar lanza como penaltis envenenados su furia de olas y espumas, rima brava de las aguas y los veleros se convierten en una sinfonía de espuma y miedo, cuando la ciudad soñaba con la gloria de los once pares de botas, saber qué puntos llevaba el Depor en esa tabla, piraña de la gloria y se harían cábalas para coronarse con el laurel de los puntos y los dioses, entrar en la órbita de los “ayes” y los “¡uy!” del balón estrellado en el larguero, soñar con esa imaginaria cabeza de puntos – ¡ay si Pitágoras supiera dónde ha llegado! –   guerrilleros del cuero sobre la alfombra de hierba en el estadio de Riazor como la playa cuando, en verano, cogerías con  tu palita el oro de la arena para meterlo en el cubo.

 

A ti, chiquitín, aún  no te  hervía el  corazón como a papá, a los forofos deportivistas y a los veintidós pares de botas, a veces, en un duro combate entre el barro y la lluvia y el cuero a patada sucia, cuando él era más joven y tú aún no sabes qué es “el orbaio”. Todos, todos esos días de futbol, papá te daría un besito y se iría a Riazor a ver a sus héroes de cuero y ayes, a los once pares de botas, cantar himnos, vamos: a animar el equipo y dejar las voces dormidas  sobre el cesped verde de Riazor, los cánticos bajo la bóveda grisácea y lluviosa del cielo coruñés, que hasta, en ocasiones, enmudece la bravura de las olas contra las rocas.

 

Tu esperarías a papá, ¿vedad, chiquitín?; y quizás te alzaras y exclamases: ”¡Hemos ganado, campeón!”. Y sonreirías, claro, papá contentísimo. Y hasta te haría una jugada: “Ves, así metió aquel gol…“. Todo sería felicidad aquellas tardes en las que ganaba El Deportivo y, además, perdería el Celta. “¡Ahora habrá que ganar al Atlético!”. “Verás, ¡ganaremos!”. Y te cantaré, al regreso, el gol del triunfo. ”¡Y, chaval, te levantaré como ahora!.  “¡Aupa, Depor!”.

 

Hace unos años, sin móviles, quizás la cita en el estadio hubiera transcurrido normalmente. Ahora, “la gota irónica del Manzanares”, se desbordaría debido a la violencia ultra de deportivistas y atléticos, cerca de nuestra placentina Virgen del Puerto, en ese río donde las madrileñas de antaño lavaban sus faldas y hablaban del chotis, mientras recordaban el sabor de los besos de la noche. “Jimmy” quizás sintiera la horca de un mazazo y recordaría, en ese instante eterno, la imagen de su hijo. Nunca más volvería a jugar con su “juguete” y este quizás no vuelva a ver una pelota, porque en ella, quizás,  vea el rostro muerto de su padre.


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