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ADIOS MI ESPAÑA QUERIDA

OPINIÓN
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[Img #40990]A pesar de los años, me queda, en el lejano gramófono de la memoria, aquel eco de la voz que cantaba Antonio Molina: “Adiós mi España querida / dentro de mi alma / te llevo metida…”. Nos llegaba gracias a Radio Andorra, “aquí, Radio Andorra emisora de los valles de Andorra”, entre la nostalgia y los sueños de un paisaje verde, la gente sentada junto a la mesa, el calorcillo del brasero, la voz de Lidia, que caminábamos imaginativamente con ella por unos valles paradisíaicos, en las noches largas de invierno, junto al brasero y el viejo Telefunken, mágico receptor de ondas, que nos dibujaban otros mundos y soñábamos con ellos. El padre Olaso – Alberto de Onaindía – y sus charlas. Quién iba a decirme que, con los años, seríamos amigos y compartimos horas en San Juan de Luz.

 

En aquel calorcillo de la noche, bajo la tenue luz de la bombilla Osram, nos convertíamos en un coro silencioso de sueños y, hasta con Radio España Independiente, conoceríamos trágicos hechos como  “el crimen de Miajadas”. Todo ese coro callado de “ausentes”, estábamos impregnados por la imagen sepia de posguerra. A casa acudía la gente a beberse las palabras o los silencios, en una rara “psicoterapia”, entre discos dedicados y el “Emigrante” de Juanito Valderrama.

 

Algunos de esos seres emprenderían un éxodo, despedidas de casa por casa, rotos por dejar la nacencia del terruño, en un adiós de éxodo y aventura. Así empezaba la emigración y, muchos años después la “mi querida España” de la malograda Cecilia. Quizás, en nuestro subconsciente, habitara un emigrante.

 

 Recuerdo esos adioses, sin más pañuelo que las lágrimas como un rito, que sabía a ausencia tal vez sin retorno, como así ha sido, despegados del sol que les vería nacer, con el que crecerían y con su despedida redonda y lejana.

 

Son estampas como sellos de una carta sin respuesta, de una espera desesperada, ausentes de una España que, poco a poco, o mucho a mucho, se ha ido desprendiendo, perdiendo esa nacencia, esa raíz que plantamos como un humilde chopo en el jardincillo que nos vería nacer, y que, desafortunadamente, dejaríamos colgadas  – las hojas – bajo los techos de alcobas como telarañas del tiempo ido. ¡Cómo ha pasado!.

 

Cuántas vidas, afectos, corazones vamos dejando a la orilla del camino, ¿verdad, Antonio Machado?:”Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…”. También Machado sería víctima del sentimiento desgarrador de perder nuestras raíces – en su caso políticamente -, el sol de la mañana o de la tarde, el crepúsculo que habita también en nosotros.  Quién iba a decirle al lírico mayor de Soria, su marcha ajetreada, sus sobrinas “perdidas” por la estepa rusa… y su muerte y entierro en Colliure y Leonor con lágrimas junto al Duero.

 

Cada uno de nosotros, lleva, en su subconsciente, un emigrante dentro y, aquellos adioses, nos arrancaban un poco de piel, unas vivencias, pasos perdidos sobre las calles y plazas del pueblo, nuestro número de alpargata o zapato y a otro lugar desconocido, alzar la vida en la tienda de otras horas, tras dejar un horizonte de adioses.

 

Con la posguerra, se iniciaría ese adiós de Tosca terrenal, y años después, con los Polígonos y las ciudades “robándole” unos brazos a los aldeanos y su tierra en ese éxodo, y ésta clamando en el desierto, el campo solo, inmensamente solo, sin los viejos  ritos de las cosechas, los pueblos ya solitarios, dormidos ante una ausencia, ancianos solos, solos en compañía, “soledad de soledades y todos soledad”; y la deshumanización de las ciudades – ¡ay si levantaran la cabeza los clásicos! -.

 

Ahora he leído que muchos españoles, vuelven a decir adiós al suelo patrio y se van a otros países, mientras saco mi pañuelo de nostalgia y recuerdo aquel lejano sentir de posguerra, cuando ya los aldeanos, como pájaros, iniciaban un corto o largo vuelo hasta otro nido; ya no han vuelto. Así estamos, cada vez más solos, hasta que, un día, los años nos lleven a la tierra y nos quedaremos dormidos para siempre, sin darnos cuenta que la vida ha sido un sueño, quizás un mal sueño, ¿verdad Calderón?. Sí, la vida es sueño y los sueños sueños son.

 

 


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