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LOPEZ IBOR “LA ANGUSTIA VITAL”EN BARBASTRO

OPINIÓN
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[Img #41286]Esta España nuestra me mueve a que, en ocasiones, mire hacia atrás sin ira, analice esa larga mirada, testigo, en momentos, de primera fila, y cuente hechos desconocidos para vosotros, amigos lectores, que sois herederos quizás de épocas más recientes y conviene, no obstante, analizar el pasado para ver, de otra guisa, el presente y ser previsor con el porvenir. Desde el otero del tiempo y la reflexión analizamos, con quietud, la mansedumbre del pasado. Y traigo esto a colación, porque el ilustre psiquiatra, Juan José López – Ibor, hijo del buen psiquiatra ha alzado su vuelo y nos ha dicho adiós, con años muy fecundos y, paradójicamente, breves como para estimular, al igual que su padre, la misteriosa faceta de estudiar y conocer  el complejo mundo psíquico, haz de nervios, mundo esotérico, que se lo digan a Freud, a Jüng, a Adler o a tantos psicólogos y psiquiatras que se pierden en los entresijos del simpático y parasimpático, la depresión y la angustia, gavilla de nervios, espíritu, en fin, de la hondura del hombre, misteriosa caldera donde se cuece el complejo haz de los nervios, actitudes y complejos, silencio de depresivos, sobresaltos del haz y envés del simpático y parasimpático, en estos tiempos tan neuróticos y convulsos, que la ciencia camina, lentamente, para escudriñar el misterioso mundo de la neurosis o la psicosis.

 

El recientemente fallecido, Juan José López – Ibor hijo (q. D. g) y sus hermanos, tenían en su padre a un señor y maestro, cuando la psiquiatría iniciaba el despegue de su gran misterio. El reciente adiós del hijo mayor de López Ibor, me ha dejado esa huella propia del tiempo y he recordado la figura de su padre y la de su madre, Socorro, y quizás un pasaje apenas conocido de don Juan José padre, cuando, por el simple hecho de firmar unos catedráticos, un escrito dirigido a Don Juan de Borbón – Juan III –  pasaría por el amargo sorbo del destierro en los tiempos callados y sin embargo revueltos del Franquismo. Y todo esto, sencillamente, porque se decía, en ese escrito, que “España necesita recobrar su Monarquía y su Rey”: Juan III, por supuesto. La cuestión es que, por este escrito, varios catedráticos serían confinados a distintas poblaciones de la piel de toro. Tras los trámites clásicos de la dictadura, el doctor López Ibor sería detenido y tendría que poner pies en polvorosa, dictatorialmente, por  ese escrito y emprendería su marcha a Barbastro por ordeno y mando,  acompañado de un policía, presentación ante la Benemérita y, alcanzado  Barbastro, “a penar las culpas”, morar en el hostal San Ramón, año 1943, donde sería, no obstante querido ante ese “extraño destierro.”

 

Para el doctor, la pena le supondría, sin embargo, un tiempo de remanso en un “tiempo de silencio” para escribir: “La angustia vital” y “olvidarse”, de momento, de sus quehaceres universitarios, sus enfermos  y descubrir esa España de “menosprecio de Corte y alabanza de aldea”. En sus ratos de ocio, el doctor López Ibor pasearía y haría tertulia con otros médicos – antiguos alumnos suyos – y recibiría, además, el trato propio de un hombre ilustre como él. La presencia de su mujer, Socorro Aliño le haría más llevadero el confinamiento y, causalidades de la vida, su mujer encontraría, casualmente, en Barbastro, al soldado del que ella había sido “madrina de guerra”.

 

Todo resultaría muy grato, ahora bien “a mí el confinamiento, como a todos, me trastornó mi ritmo de vida – me decía Don Juan José, ya hace año, reflejado en mi libro “Los Confinados” -. “Yo llevaba – me decía – dos clínicas y tenía mis enfermos – dirigía, entonces, el Sanatorio del Dr. Izquierdo, en Carabanchel”. Mientras, la censura se encargaría de  suprimir su nombre. Dentro de lo que cabe, el ministro de Gobernación, Don Blas Pérez González se portaría muy bien con él. El confinamiento sería relativamente corto: Unos tres meses. Y la gente de aquel Barbastro, en cierto sentido, celebraría la presencia de un personaje tan relevante, que aliviaba sus penas entre paseos y halagos del pueblo, hasta que, un día, dijo adiós. El de Juan José hijo ha sido un adiós definitivo, cuando estaba en esa segunda navegación platoniana, serena y rica. “Solo en la agonía de /despedirnos somos capaces / de comprender la capacidad de nuestro amor”. Te lo dice Eliot, Juan José, hijo, y lo firmo yo.


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