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SANCHEZ MAZAS: TINIEBLAS EN LA CATEDRAL DE CORIA

OPINIÓN
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[Img #42837]He abierto la hemeroteca del tiempo, el papel sepia que reposa en el archivo de la memoria, tiempo de Cuaresma, tú chiquitín que llevarías en la linotipia carnal de tu pecho, las bulas de Cuaresma, en días muy sacros, de doblar las campanas cuando sabíamos por quién tañían como en las noches largas de campanario, de asar castañas. Como  Heminway, sabíamos por quién doblaban las campanas, ahora que yo vería aquel paisaje tan mío, tan de mi retina, con una sensación de matraca, de muerte grande, allí, en aquella curva, junto al río Tralgas como quien sueña que un telón gigante caería sobre el gran teatro del mundo, en una especie de sueño escatológico, que hasta los mismos mirlos callaban sus silbos.

 

Ha llovido tanto desde entonces, el larvado silencio roto por las tinieblas, cuando creíamos que el mundo se partía, dejaría el sol su ocaso, en una noche donde se apagaban la luna y las estrellas. Aquel mundo sacro y sacralizado nos envolvía en un viento seco y negro. Dejarían de sonar las campanas, los cimbalillos, las campanillas para dejar en la atmósfera el sonido seco de la matraca. Qué tiempos. Aquellas imágenes cubiertas de una tela morada, la hoguera de capachos, el silencio de las procesiones. Qué bella era mi matraca, regalo de un artista carpintero. Tiempo de silencio, de ayuno y abstinencia, de “perdona tu pueblo, Señor; perdónalo, Señor”, en un ambiente coral, de representación, como si en la aldea todos fueran actores, pero no exentos de culpa.

 

Con toda su grandeza, los viviría en los templos de Palomero y Villanueva de la Sierra. Excepcionalmente, en la catedral de Coria, impresionado por sus muros, su torre, la herida del terremoto de Lisboa, sus canónigos, sus obispos. ¡Oh, las tinieblas! Y, en ese momento, hasta con piedras se aporreaban los bancos, en una destrucción apocalíptica. Aquel tiempo de matracas, tinieblas escatológicas como si el Universo se hiciera añicos y una aurora boreal nos abriera, más allá de una representación calderoniana, el óleo inmenso de Miguel Ángel y su Juicio Final.

 

Mi hermano en afectos, gran sabio de Coria, Miguel Iglesias, viviría muy intensamente esas horas de tinieblas, una vez finalizados los oficios. Ese espectáculo no se lo perdería, el escritor falangista Rafael Sánchez Mazas – padre de Sánchez Ferlosio -, que vivía en el palacio del Doctor Camisón, situado frente a la catedral. Con una vida novelesca – a punto de ser fusilado -, literaria y periodística, Sánchez Mazas mostraba su rostro de búho y una erudición humanística.

 

Miguel Iglesias, además, era paje del obispo, Francisco Cavero y Torno y vería cómo el prelado se derrumbaría, mortalmente, durante la procesión del Domingo de Ramos, año 1960, y asistiría al embalsamiento del cadáver, hecho por el médico cacereño, Juan Pablos Abril. Quizás sea Miguel, además de su amor por la Historia, conocer bien el pasado y presente de la vieja Cauria, uno de los últimos abencerrajes de esa época del nacional catolicismo.

 

Este relato no es más que un tiempo de color sepia de una época, vivida muy fervorosamente y muy alejada de esta nueva era digital. Ahora, quiénes recuerdan esas bulas, las casullas doradas, los bellos oficios, el “perdona tu pueblo, Señor, perdona tu pueblo, perdónalo, Señor”. Quizás Borges me susurre al oído: “No hablamos de años; hablamos de épocas”. Tu joven, hijo de esta era digital, juguete del móvil, hecho de aplicaciones e hijo de otra época, qué lejano te queda aquel tiempo sacro, tan distinto de este, donde algunos quizás reposemos en la butaca del pasado, por más que, como Baudelaire: “queramos ser absolutamente modernos”.

 

 

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