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Sin entender de actores la muerte se aposenta lánguida en todas las conciencias. Ayer vino también la muerte, en visita rutinaria, a llevarse compromisarios de la sociedad de la élite de los escritores que quizá molestaran al aire con sus palabras y quizá, otras veces, alimentaran el espíritu de muchas soledades y desacomplejaran muchas pobrezas. Y se llevó a Galeano, con toda su dosis de pasión por el fútbol y con sus buenos modos escritos en las Américas suyas por quien tanta vida entregara. Y se llevó a Grass, con su Nobel en las manos y sus penas en el alma por no haber conseguido la paz que denunciara.

 

         Pero la muerte no pudo ni supo llevarse los pensamientos ya escritos y queriendo hacerle mal a sus seguidores movió la tumba hacia el lado del engrandecimiento y ahora Galeano y Grass son más conocidos, tienen más adeptos y los supérstites a su memoria agradecen el detalle, como un mal no deseado pero menor y como un bien pacífico que la humanidad considera.

 

         Los escritores no se mueren ni los mueren ni el silencio les calla. Los escritores dejan la vida como un tránsito corpóreo y se ocupan de la eternidad en los sentimientos; para ellos la muerte es un renglón más, un pasaje de la novela o un verso nuevo, nunca una desdicha. El compromiso de lo escrito tiene una huella indeleble sin contrincante ni enemigo. El tiempo viene más fuerte cuando la inexistencia se asoma. Honor a los escritores y a lo escrito.


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