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CANCION OTOÑAL DE ESPAÑA

OPINIÓN
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[Img #46852]Ya no parecéis los mismos, queridos, amados árboles, ya desnudos como los hijos de la mar, y os he visto en la alameda cuasi sin fronda, que aún teníais algunas hojas y una paleta de colores, que me recordabais la escolta al padre “Duero, río Duero, nadie a cantarte baja”, una desolación y, a la par, un gozo impresionista en la retina, como si Renoir hubiera tomado apuntes del natural, junto a la alameda de Almazán y esas besanas de Castilla – “ la que face los omes e los gasta” – y el corazón, el mío, sentía, tristemente, como caían las hojas, que descienden, tallo abajo, entre una nostalgia de ocres sobre la espátula de mi alma. Sabes, querido Duero – y tantos dueros, poco en aguas, arroyuelos – que lloráis estás lágrimas,  con suspiros al padre Duero. Me gusta ser cronista de los ríos o guarda mayor y menor de tus aguas, desde esa curva de ballesta en Soria – cántalo, Antonio Machado, cántalo – hasta aguas abajo, como le cantaría al Arrago, al Tralgas, al Tormes, al Jerte, al Tajo… Qué se yo, rico en aguas y riveras, que se me cae la lira como una pena, un suspiro hondo como para colgarlo en la rama desnuda de cualquier chopo.

 

Esto tiene el otoño: un suspiro como una hoja triste que cae, como una lira que ronda el corazón de una mujer con las hojas caídas y aún bellas; esto y mucho más tiene, en el armario mayor de la Naturaleza, el otoño: un ejército de chopos tatuados de nombre y besos, que dejarían el río para tatuar la esbeltez de troncos y tallos, testigos de romances y juglares viejos. Yo sé muy bien cómo nos dice adiós el Duero, ante la ermita de San Saturio, como testigo. También el Jerte, en tono menor, menos lírico. El Tajo me ha dicho adiós muchas veces, más altivo, más hondo, pero yo oía su mandolina lírica, su laúd de estrellas sobre el espejo del agua, ante el frontispicio del puente romano sobre las aguas y los fados que alegran, melancólicamente, las sonatas, bajo una luna clara de Chopin, tras el sol rojizo que se hunde, lentamente, como una moneda grande en el cielo lusitano, con si cantara Amalia Rodrigues, en el sueño del estuario del Tajo.

 

En este como en otros otoños, los árboles, naturalmente,  cuerdas de violín, rinden pleitesía, dejan efigies del medievo, en el descanso sosegado de vuestras aguas, para decirle un adiós triste a esta España invertebrada, las palabras eternas de Ortega y Gasset:”No es esto, no es esto”, recordando la vieja piel de toro. Pero nos quedáis vosotros, lechos de agua, femorales turbias de la tierra parda y una piel de toro hecha para soñar y no puede, cuando quiere abrirse y un rejón de muerte sueña con herir el totem ibérico, donde Colón acoge, a las puertas barcelonesas del Mediterráneo, cada día, la universalidad del mundo, que lo canta Serrat y llegan las barquitas de papel a la arena de la Barceloneta y se secan allí como sandalias puestas a secar…

 

Hay una armonía en otoño, y un brillo en el cielo, que durante el verano se escucha con el rumor de chicharras y versos de Machado:” ¡Ay, españolito que vienes al mundo / te libre Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”. Esperemos, “las hojas del árbol caídas / juguetes del viento son.” Que las oiga desde El Espino Antonio Machado y Ortega trate de vertebrarnos, una vez más España, como el viejo mapa de mi escuela.

 


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