Quizás, sea una percepción mía equivocada, pero la enfermedad más terrible de la civilización urbana, es la soledad. Resulta llamativo para un urbanita, el que en muchos pueblos, puede saberse qué casas están ocupadas, porque tienen la puerta de entrada abierta, incluso aunque hayan salido momentáneamente a hacer alguna compra y no haya gente en casa. Es como si tuvieran la sensación de que cerrando la puerta, se incomunicaran con el resto de la vecindad y no quisieran saber nada de ellos. En contraste a esto, en un bloque o en una urbanización de adosados, urbana, los pisos se bunkerizan, con puertas a prueba de palanquetas, rejas y candados, que defienden ventanas y patios.
El móvil, ha sido un sucedáneo para paliar esta soledad, y nos ha convertido en loros ambulantes, charlatanes peripatéticos, pero que como si se tratara de un elemento contradictorio, en sus efectos, este artilugio, todavía nos aísla más de nuestro entorno.
El hombre es un animal social y ya sea en los bares, o los clubs de alterne, lo de menos es el café, la cerveza, el cubata o el revolcón, con sexo de pago, lo que más se busca, es la conversación, comenzando desde el estado del tiempo atmosférico, a cómo ha jugado el último partido el Madrid, lo mal que lo hace el gobierno de turno, hasta el “mi mujer no me comprende”. Frase tras la que, lo más probable, es que la interlocutora responda, si quieres un completo, son 50 euros.
En los catecismos, en los que se resumía la doctrina religiosa que debía de regir la vida de un católico, y que también marcaba el norte de su actuación como institución, se citaban, las obras de misericordia que debía de practicar el cristiano, y que se dividían en; 7 “Materiales” llamadas así, porque implicaban una actuación o elemento físico, alimento, vestido…y eran:
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos
Y las 7 “espirituales”, ya que su actuación es más etérea, aunque implique una actuación también física;
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectosde los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos.
Algunas de estas obras de misericordia, están en la base de nuestra conducta social, y han constituido, el manual en el que se ha mirado la sociedad occidental para establecer su tabla de valores, aunque luego el presidente de la República francesa, Valery Giscard d´ Estaing se negara a que en la Constitución europea apareciera cualquier referencia al cristianismo, como base de nuestra civilización.
Quizás podríamos incluir en la número 5, de las obras de Misericordia “espirituales”, “Consolar al Triste”, el intento de paliar esta soledad, que atenaza a muchas personas y que como un terrible cáncer va minando y destruyendo la vida física y anímica de muchísimos. Cómo, arrimando el hombro para que repose la cabeza del angustiado, que llore sobre él, haciéndonos oídos, sobre los que pueda derramar las penas, que nadie quiere oír. Y es que, esta es la actividad, que he leído en un folleto, que realiza, El Centro de Escucha San Camilo de Mérida. Podemos leer en él: “Es un servicio gratuito, para atender y oír a las personas que están pasando por una situación de estrés o angustia. Personas que están sufriendo soledad, angustia, depresión, desorientación, desesperanza a veces como consecuencia, de una pérdida familiar, una enfermedad, conflictos familiares, de trabajo, soledad por viudedad, ancianidad, desarraigo, o pobreza.”
En definitiva, ofrecer su apoyo, a quien necesite contar sus penas, ser una lima que rompa los barrotes de esa cárcel, en la que preso y carcelero es uno solo, que alberga la soledad. En esta sociedad nuestra, abunda mucho el individuo con complejo de puerco espín, que hace, que ante una situación molesta, se enrosque mostrando las púas al exterior, para evitar que nadie les moleste, en una actitud de defensa, casi ataque, ante el que se intenta acercar para demandarle ayuda.
El que haya un centro situado en la ciudad de Mérida, junto al Instituto de Santa Eulalia, en el que alguien escuche penas ajenas, y sea, paño de lágrimas, hace que nos congratulemos un poco, con nosotros mismos, al final deberemos estar agradecidos a esta cultura occidental, en la que se encuentran personas que renuncian a su propios intereses, para servir de apoyo a quien lo necesita. Y todo, pese a ese laicismo imperante, que difumina la raíz cristiana de muchos valores, de lo que constituye el humanismo cristiano, pero todo eso, ya se da por descontado, es lo habitual, lo importante es que haya comandos, que luchen contra ese enemigo de nuestra sociedad, llamado Soledad.