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LA PIANISTA INGLESA BAJO LAS BOMBAS

OPINIÓN
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[Img #49343]Para Juan Antonio, Guillermo y Crhistian junto al Támesis.

 

 

Ya duermes, Julia, tranquilamente, en tu tumba londinense, no sé si en el Hiqhate Cementeriy o en otra sacramental, qué más da. Tú, Julia Myra, levantaste, con las notas de tu piano, el ánimo decaído de los londinenses, en el fragor de la batalla, Segunda Guerra Mundial, en un Londres manchado de sangre, dolor y lágrimas, fuego y miedo. Tú también temblarías, como es lógico, Julia, cuando la noche ardía en esa locura de los bombardeos, en aquel Londres estremecido por la locura de quienes mueven el mundo, entre la esquizofrenia y la maldad, de miedo y pólvora, en ese río, señorial y regio, Támesis, cuando el hombre se perdía entre oraciones y letanías, en un infierno apocalíptico, que hasta el Bigben lloraba sus horas, en la lejanía de la locura de Hitler y, entonces, en esa lluvia quimérica de las bombas, buscarías, Julia, las teclas de tu piano, sí Julia, para no enloquecer con la tormenta del acero y la pólvora.

 

Y cómo te acordarías de Beethoven, que estabas enamorada de sus partituras, especialmente, del concierto para piano número 4, que te sabías de memoria. Siempre que me encuentro en Londres, cuando tomo ese barquito que me lleva al corazón de la ciudad, y me acarician las aguas, siempre Julia Myra, ¡siempre!, te recuerdo y tatareo, como una oración, por el alma grande de la magia de tus dedos de nácar sobre las teclas.

 

Tú, Julia Myra Hess, que, de niña, te habías enamorado del camino de tus dedos por el sendero primoroso del piano, alma cándida, heredera del bello suspiro de las notas de un piano o de un órgano… Qué buen desafío el tuyo: tus dedos frente a las bombas… Y cómo llevarías a que sonaran las notas de Beethoven, a las doce de la mañana, en la Nacional Gallery, desde el año bélico de 1939 hasta 1946.

 

Qué gran alma la tuya, Julia, que, en esos siete años de ardor y combate, a la doce de la mañana, todos los domingos, durante siete años, siete, se posaban los jilgueros en tus dedos sobre el teclado de tu piano y, allí, entre los cuadros de los maestros de la pintura, se fundían, armónicamente, el color y el sonido.

 

Cómo llegarían esas notas a  los espíritus decaídos de los londinenses, qué emoción no brotaría de esa lava, como bálsamo, para borrar el horroroso eco de la pólvora. Y, al finalizar, aquellas almas se unirían contigo por el amor a la vida, hasta que, lentamente, viniera la paz. 

 

Cuando voy a la National Gallery, te recuerdo entre esos colores, y escucho, en la lejanía, el eco de tus conciertos, el ánimo de tus dedos, pasiflora para corazones convulsos. Y me viene al corazón – “de la abundancia del corazón habla la boca” esa inspiración mágica de tu musa de sonidos. Y siento algo de Beethoven y no sé por qué me envuelvo en la penumbra del tiempo con tu lejano eco y “Tristeza de amor”, de Chopin.

 

Entonces, entre los cuadros, surges tú y tu piano, Julia Myra Hess, dedos mágicos de los dioses, que siento una extraña emoción, alzo mis ojos al cielo, a la vez que “rezo una oración por ti”.

 


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