A principios de los años setenta, cuando todavía éramos una dictadura, un grupo de españoles, inquietos por la situación y sabiendo de la necesidad de una transición a la democracia comenzaron a escribir y lo hacían sin libertad, muchas veces limitando sus afirmaciones a declaraciones indirectas, dado que se solicitaba la apertura de un régimen, de una casta política y social que gobernaba desde el triunfo en una lamentable guerra civil responsabilidad de todos.
Estos librepensadores querían la reforma y el paso a una sociedad democrática de corte occidental equiparable a cualquiera de las que entonces se disfrutaban en Europa, América del Norte, Japón o la Oceanía Británica. Consecuencia de esto y de otras cosas se supieron hacer renuncias impensables años antes y se convocaron elecciones libres, iniciándose un proceso constituyente en absoluta libertad, y arrancó la democracia. Parecía que había empezado el buen y definitivo camino.
En ese escenario un grupo de políticos de distintas procedencias supieron conformar una opción que llegó a hacer desaparecer cualquier alternativa a su derecha y ser limítrofe con el Partido Socialista Obrero Español. Aquel partido, en el que se opinaba en libertad, en el que concurrían hasta dos y tres listas en cada congreso provincial, en el que se debatió el liderazgo entre Herrero de Miñón y Hernández Mancha en un proceso abierto y ejemplar, en el que convivían corrientes conservadoras, demócratas cristianas, liberales y socialdemócratas, fue un partido de bases, de gente de la calle, POPULAR en la mejor expresión de su significado y dotado a su vez de cuadros, cuadros preparados y suficientes procedentes de notables trayectorias profesionales ajenas a la política o no exclusivamente dependientes de esta, un partido, que no sin pasar por crisis de crecimiento supo ganar elecciones y perderlas y sostener posiciones firme y duraderas ajenas al tancredismo o a lo políticamente oportuno bajo el mandato de José María Aznar. Era un partido de ilusión, de entrega, de masas y de esfuerzo, con gente en cada pueblo y en cada casa, a los que no hacía falta pagar autobuses para ir a sitio alguno y que se ofrecían de interventores o candidatos en los lugares más difíciles electoralmente de España.
Todo eso ha desaparecido, secuestrado por una amalgama de políticos profesionales, que no han hecho otra cosa en su vida que estar situados en un cargo público, algunos incluso más cómodos en la oposición que en el gobierno, que han cambiado la disciplina, lógica en cualquier organización, por la imposición de candidatos, listas y presidentes.
Ninguno tiene mayor mérito que el de la proximidad personal o el amiguismo descarado. Se interviene en la elección de hasta la Junta Local más pequeña, el debate sobre las listas ha desaparecido de los Comités Electorales, donde se espera la designación del que pueda designar para firmar el acta, donde los congresos son a la búlgara, arrasando desde las estructuras, de mando y no de gobierno, cualquier alternativa a la que conviene a la dirección y convirtiendo en apestados a los que reclaman la democracia interna. Así se aplazan congresos y elecciones y se incumplen los mandatos estatutarios con las justificaciones más inverosímiles y así el Partido, el Partido Popular se ha convertido en el acomodo de personas que llevan treinta y más años subidos a la burra.
Nos vuelven a acosar problemas de siempre, seguimos teniendo viejos y nuevos políticos que pretenden reescribir la historia, imponernos sus dogmas y desequilibrar en su beneficio el orden constitucional, que no les sirve en sus propósitos totalitarios, deben acabar con el sistema, no les sirve ni su reforma, ni su mejora, solamente su acoso y derribo. No siempre fuimos una democracia, no siempre hemos tenido libertad, no siempre vivimos como vivimos y este olvido, fruto de una deficiente educación en valores civiles y constitucionales, hace que algunos cuestionen el mismo proceso constituyente, que integró a todas las legitimidades anteriores, con interés malsano y deleznable que no soporta el menor análisis objetivo. Pero también influye el desapego de la sociedad a la casta política, sindical, empresarial y financiera que se ha degenerado en estos años como consecuencia de una continua y lenta erosión del sistema de representación. Los partidos políticos, sindicatos y patronales ya no representan a los ciudadanos afectos a sus ideas o intereses, sino que se representan a sí mismos y sobre todo a la casta que los gobierna, a la que es ajena la militancia de base mucho más desinteresada e idealista. No hace falta explicar más, vemos todos los días como prevalecen los dóciles a los preparados, los que buscar vivir del servicio público.
Es por tanto que estamos, 37 años después en una democracia, atenazada por un sistema controlado por organizaciones que no son abiertas y representativas, no sólo es el problema del Partido Popular, controladas por quien sólo aspira a perpetuarse en los cargos y que no han realizado otra actividad en su vida. Es el momento de reaccionar.
Así en el ámbito popular aparece la RED FLORIDABLANCA, el nombre no es casualidad, pues evoca a aquel que ministro en la gloria del reinado de Carlos III, vivió también la decadencia del de Carlos IV hasta padecer la invasión francesa. Ningún español de 1788 podía pensar en su patria, primera potencia mundial, fuese a ser invadida y saqueada por los franceses, veinte años más tarde. Pues bien estos militantes populares sólo piden un proceso abierto de regeneración del partido, en el que en procesos abiertos y no controlados destaquen los liderazgos naturales a todos los niveles y los aparatos se conformen con personas que demuestren su mérito y capacidad, política, profesional y académica. Terminen los enchufes y los acomodos que han llevado al fracaso al Partido y sobre todo a permitir la aparición de una alternativa, que le aleja de su frontera natural y espacio común con el PSOE, lo normal en toda democracia occidental avanzada. Ahora somos españoles libres e independientes, preocupados por las cosas que importan a la convivencia, a la sociedad, a la economía y a la política, y tenemos que decidir como aquellos otros lo hicieron en unos momentos decisivos de la transición española al régimen constitucional de monarquía parlamentaria, entonces acertaron, no nos equivoquemos ahora, los partidos deben cumplir también la Constitución.