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GRANDEZA DE AVALOS, LIRICO ORFEBRE DE LA PIEDRA

OPINIÓN
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Qué lejanos os estáis quedando mis muy queridos personajes, paisanos y no paisanos, como si el musgo del tiempo arropara vuestras grandes obras, que aparecéis, lejanamente, en la sombra amarilla de la memoria, aleteáis, como aves que dejasteis el nido de la vida, nuestro humilde universo de recuerdos, de tiempo quizás oxidado, del ayer que se escribe…Personajes que pululan como esculturas color sepia en el archivo ya lejano de la memoria. No sé el porqué, te recuerdo Juan de Avalos – ah, sí, pasé, uno de estos días, ante tus ángeles fascinantes del Valle, camino de El Escorial – y me parecía que volvías a verme, que acabábamos de vernos en tu estudio –, donde, con mimo, yo observaba con que cariño creabas esas figuras tan tuyas, de tu acento, de acariciar la piedra o el granito… Quizás haya caído en el error de la nostalgia, pero bendito error… Ahora recordaría tantos ratos en tu estudio, Juan, frente al de Televisión Española, paseo de La Habana y quiero recordar que te haría algún reportaje o conversamos ante las cámaras de TVE, cuando Juan de la Cruz, el hijo de Valeriano Gutiérrez Macías, hombre machadianamente bueno, creador de una saga, convocaba a los amantes de la poesía ante la estatua de Gabriel y Galán en el paseo de Cáceres.

 

No olvidaré aquella descripción tuya, cuando los moros, en el mal sueño de la contienda incivil, tiraban al blanco de hombres y mujeres, en un macabro cuadro de muerte, donde los romanos dejarían la belleza de sus obras, ante una canción silenciosa del Guadiana y palabras ardientes en el Teatro de la Emérita Augusta. Sí, no lo olvido, en la plaza de Mérida.

 

Tú, Juan, eras, esencialmente, un hombre machadianamente bueno, con un perfil muy singular, tus buenas manos, orfebre del granito y la piedra, diría que hasta lírico y, sin embargo, fuerte, gran obra repartida por la piel de toro; y esos ángeles que llenan, majestuosa, líricamente, el cielo azul del Guadarrama. Que grandeza, esos ángeles tuyos, piedra lírica orteguiana – siempre te las miraba – y veía en ti algo tan romano, fuerte y, paradójicamente, lírico, cuando entre Franco y tú no hubo vinculación, que Blas Pérez González, entonces ministro de Gobernación, tendría mucha mano para que tus ángeles, dejaran en el viento su vuelo lírico gracias a la gracia de tus manos, tu caricia del granito, cincelado por tu amor, esa estampa, vista de súbito, camino de El Escorial conmueve al corazón más fuerte, subyuga, enamora, en una aparición entre lo apocalíptico y la serenidad, en una actitud evangélica como si de ellos saliera un “grande es Dios en el Sinaí”. No sé qué ubérrimas manos, qué manejo de la gubia, el cincel; y tantas y tantas obras tuyas repartidas por esos mundos, figuras del arte de tus manos, “Amantes de Teruel” y tanta creación del manantial pétreo del granito.

 

Sí, Juan, que, cuando paso por Mérida, notas de vencejos y golondrinas, la Roma Emérita, que llevarías como un escapulario, el Teatro Romano, Proserpina, el puente –   río Güadiana, que canta, primorosamente, el numen de Rufino Félix Morillón -.

 

Hay tanto que contar y cantar – “se canta lo que se pierde” -, que yo, aunque permanezcas en el alma de tus obras, no te faltará, “Reza una oración por mí”; ahora, por ti. ¡Cántala Areta Flankin, cántala!.

 

 


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