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ELOGIO DE LA SOMBRA

OPINIÓN
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Por qué no un elogio de la sombra, en esa tierra nuestra donde el sol reina, en ocasiones, despiadadamente, que nos acusa y acosa con sus rayos y hasta nos obliga a refugiarnos, a buscar el alivio de la sombra, como la buscan los perros, los pájaros, los animales… La siesta sería un capítulo de rendición, entre el sonido de las chicharras, en el descanso de la sombra, en su búsqueda, bien en la alcoba o bajo la cúpula de una encina o de un chopo. Como un rey de la Naturaleza, el sol extiende sus dominios, en Iberia y allende los mares; allí, donde la tierra se desnuda, rendida, ante su poder. Yo buscaba la sombra grande de las higueras, en El Parral, “mi paraíso perdido”. Quizás Castilla, “la que face los homes e los gasta”- Mío Cid -, sea la expresión más cálida de su dominio, la exposición ardiente de la tierra como un cuadro impresionista. El sol desnuda, marca su poderío en los óleos que confinan en la lejanía y sigue, seguirá ejerciendo su poder allí donde se ponga, como diría Felipe II, el sol. Hay, sin embargo, una bendición al sol, una estampa que muestran los cuerpos esbeltos de las mujeres, ninfas a orillas del mar o del agua del río o de la piscina, con el cuerpo rendido, figuras que no capitulan: buscan, sin embargo, su poderío; es más: lo aman porque, con él, muestran otra piel más atractiva sin la “vulgar” piel blanca.  Es la búsqueda de sentir su caricia para, con ese ardor, gozar el bronceado de su piel, exhibir otro cuerpo, tan lejano del blanco. Aquí hay un deseo de ser, sentirse como no se es, ante esa gran moneda, para la que existe un asentimiento, una “rendición” que lleva a las ninfas a verse más bellas y atractivas.

 

En Occidente, la luz ha sido el más poderoso aliado de la belleza. Sin embargo, en la estética tradicional japonesa lo esencial esta en captar el enigma de la sombra. Lo bello no es una sustancia en sí sino un juego de claroscuros producidos por el juego sutil de las modulaciones de la sombra. Lejos de cuanto pueda aportar el psicoanalista Jung: “La propia afirmación de la personalidad nos obliga a crear una sombra de aquello que no queremos ser”.

 

El  gran escritor japonés Tanizaki, en un delicioso libro describe ”El elogio de la sombra”, una delicia del pensamiento oriental, clave para entender el color de las lacas, de la tinta…, para apreciar la belleza en la llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma de la arquitectura según los grados de opacidad de los materiales y el silencio y la penumbra del espacio vacío.

 

Amo un sol prudente, el que nace o se despide en pleno reinado de la canícula; no aquel despiadado cuando, hace años, los campesinos “reinaban” en Las Eras, como supervivientes de la inmensa moneda, que caía, con el ocaso, en la hucha de la noche, tras la monotonía de las vueltas de los animales, mulas y asnos, sobre las parvas. Aquello sí era un sol de justicia, que nos invitaba al baño, al charco que, en la escasez, nos brindaba, generosamente, el río Tralgas o en el refugio de la sombra, en mi  Parral, el pozo y la higuera.

 

 

 


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