Digital Extremadura
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Meteorológicamente, por lo que cuentan, la última noche del primer año del pasado siglo, fue idéntica a la Nochevieja que vivimos y celebramos hace escasísimos días.  Una helada más afilada que una daga se dejaba caer desde lo alto y cortaba la piel de la gente nocherniega.  El campo de estas latitudes, donde las moleñas se hermanan con las pizarras, se iba cubriendo de una extensa capa alba.  Las aguas se volvían puro carámbano.  El alcalde del lugar, Diosdado Caletrío Cabezalí, andaba brindando con aguardiente en una sombría taberna.  A su vera, el médico titular, don Agapio Durán Martín, y una docena de quintos con el tamborilero.  Estaban a punto de caer las doce de la noche.  De pronto, un paisano flaquiseco y ojeroso, con barba de varios ríos, cubierto por una parda anguarina y un sombrero de paño que debió ser de color negro en sus buenos tiempos, irrumpió en la tasca.  Requería los servicios del médico.

 

     José García Espinosa, natural del pueblo salmantino de El Colmenar, estaba con los nervios deshechos.  Su mujer, Mariana Hernández Martín, también castellano-leonesa del lugar de La Tala, en la misma provincia, se había puesto de parto y se encontraba bastante mal.  La había dejado sola en una choza levantada en la dehesa boyal y comunal.  Don Agapio, fiel al juramento de Hipócrates, se preparó para ir a atender a la parturienta.  El regidor de la localidad decidió ir en su compañía.  A lomos de caballería, se metieron de lleno en las oscuras y heladoras fauces de la dehesa.  A la luz de un candil, el médico se dio buenas mañas para traer sana y salva a la criatura.  Actuó de partero su compañero, el alcalde.  Como el caso se resolvió positivamente, José García, el padre de la criatura, no sabiendo cómo agradecer el servicio no tuvo más feliz idea que presentar unos chorizos y una garrafa de vino.  No tardando, los tres varones estaban como una cuba, cantando a pleno pulmón y dando vivas a todo lo que se movía. El alcalde, como hombre de derechas por aquello de que tenía cuatro vacas y una punta de ovejas, se desgañitaba aclamando a Marcelo “Farragua”, que no era otro que Marcelo Azcárraga y Palmero, a la sazón Presidente del Gobierno de España.  Por su parte, el galeno, que se jactaba de ser un liberal de tomo y lomo, vitoreaba a Práxedes Mateo Sagasta, jefe de la oposición y que se haría con el mando pocos meses después, el 19 de mayo de 1901.  Y el pobre del padre de la criatura, a quien en los archivos municipales se le cita como “ganadero” y parece ser que solo llegaba a la categoría de “porquero”, se desaforaba en pro de los anarquistas Federico Urales y Anselmo Lorenzo.  Seguro que a los oídos del castellano habían llegado ecos de las ideas que introdujera en España el italiano Guiseppe Fanelli, aunque él no capiscara muy bien lo que era el mutualismo, el societarismo, la democracia directa o el colectivismo; pero sí intuía que aquella musiquilla podría aflojarle sus cadenas y dignificarle su condición de siervo de la gleba.  Afuera, mientras tanto, la blanca escarcha iba haciendo de las suyas.

 

     Tiempos aquellos no tan distantes a los de hoy.  Tenía la vara de mando en este país la Reina Madre o Reina Consorte María Christina Désirée Henriette Felicitas Rainiera von Habsburg-Lothringen, de la casta de los Borbones y a la que el pueblo español llamaría “Doña Virtudes”.  Era la tataranieta (fue la segunda esposa de Alfonso XII) de Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, actual rey de España.  ¡Qué nombres más largos se gastan los aristócratas! El caso es diferenciarse del resto de los mortales, que por algo obtienen sus pomposos títulos gracias a los hematíes de su sangre, que, en los cuentos que narran las abuelas tras el fuego, son de color azul.  El alcalde, el médico y el porquero de nuestra historia, tan real como el sol que nos alumbra y conocida por transmisión oral (también don Agapio dejó constancia de ella en sus memorias), recibieron el Año Nuevo (1901) dando vivas a quiénes mejor les parecía y les convenía.  Nosotros, en estos umbrales de 2017, ¿a quiénes deberíamos vitorear…?

 

     ¿Acaso a un régimen monárquico al que solo le dan un aprobado los votantes del PP y de Ciudadanos y que recibe un rotundo suspenso por parte de gran mayoría de los jóvenes españoles?  ¿Quizás al Partido Popular y a la facción del PSOE que apuñaló por la espalda a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que parece que van camino de otro Pacto del Pardo, aquel que oficializó el turnismo entre conservadores y liberales el 24 de noviembre de 1885?  Da la impresión que este PSOE, ahora en manos de una gestora, solo pretende jugar al gatopardismo con el PP, dando cuatro brochazos de maquillaje, simplemente reformistas, y vender tal mercancía averiada a sus votantes. Unas pequeñas golosinas, por aquello de que a nadie le amarga un dulce. Los profundos cambios que necesita este país se dejan en el plato, para que los arrebañe el gato.  El bipartidismo tiene otros amos de chaqué, puro habano, estómago prominente y muchas sortijas en los dedos, y a esos amos debe guardar fidelidad perruna. Ya me decía mi paisano Florencio Hernández Martín, al que le llamábamos Ti Floreh “Pitorra” o “El Mineru”, que “el PSOE y el PP son doh lichónih con loh méhmuh andárih; se gruñin entri élluh, peru dámbuh a doh comin en corrobla lah méhmah bellótah de la méhma encina”.  Ti Flores se despidió de este mundo un once del once de 2004, el mismo día que lo hacía el carismático líder de la OLP Yasser Arafat, que fue sustituido por Mahmoud Abbas.  Era el mes penumbroso de Los Santos y la Iglesia conmemoraba a San Vertuino y a San Verano.  Extraños nombres los de estos santos, pero más eran los de Alipia y Diosdada, que fue como quiso bautizar José García Espinosa a la hija que le nació en la choza, en memoria del médico y del alcalde que ayudaron en el parto a su mujer.  Pero aquellos nombres no existían en el santoral y tuvo que bautizar a la niña como Modesta Petra, que así se llamaban las esposas del facultativo y del guarrero, respectivamente.

 

     ¿Deberíamos aplaudir por casualidad a Ciudadanos, el que en el año 2009 iba de la mano de la formación ultraderechista Libertas y que pasea a dirigentes que, hasta hace cuatro días, escribían en periódicos panfletarios que añoran los tiempos del franquismo?  Aunque dicha sea la verdad, para franquistas con pedigrí y en lo que a nuestros campos belloteros se refiere, ahí están el alcalde derechista de Guadiana del Caudillo, Antonio Pozo Pitel y el secretario provincial del PP de Badajoz y diputado en la Asamblea de Extremadura, Juan Antonio Morales Álvarez.  Ambos personajes, junto con la alcaldesa de Alberche del Caudillo (Toledo), Ana Rivella López, han sido condecorados por la Fundación Francisco Franco, gracias a su contribución a engrandecer la figura de tan genocida dictador.  Si ya de por sí es aberrante que, en un Estado de Derecho y Democrático, exista una fundación que ensalza a un golpista que hundió a España en un océano de luto y de sangre, lo es aún más que haya sujetos que, sin escrúpulos de clase alguna, realicen apología de un siniestro general y de su obra.  ¿Pero a qué extrañar si muchos cargos electos del PP, a poco que se haga la mínima crítica de aquel oscuro régimen, se ponen en guardia y lo defienden con uñas y con dientes?  Por algo en este país no prospera un partido en condiciones de extrema derecha.  Ya tienen un paraguas donde cobijarse.

 

     ¿O estaríamos impelidos a jalear a Podemos, cuando toda su poesía, su romanticismo, su ética y épica revolucionarias y su transversalidad nimbada de aires libertarios muy propios del espíritu hispano está haciéndose añicos por culpa de gallos de altiva cresta?  Hasta Teresa Torres Peral, conocida como “La Abuela de Podemos”, cacereña de Jarandilla de la Vera, ha tenido que hacer valer su voz dolida y desgarrada para que tales gallos no cacareen en corral ajeno y no maten y frustren la ilusión de millones de españoles.  Si Podemos deja de llamar al pan, pan, y al vino, vino, y se atolla en los barros del invierno, ¿quién podrá traernos aquella heroica y liberadora “Primavera de los pueblos” a la que cantaba el poeta polaco Adam Mickiewicz?  Muchos, muchísimos y muchos más si sus conciencias no estuvieran desclasadas y sus espíritus no estuviesen amilanados alzamos nuestras voces con aquel honesto luchador que fue  Buenaventura Durruti: “Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones; y ese mundo está creciendo en este instante”.  Que nadie nos venga a aguar el quehacer revolucionario, que, tal y como manifestaba el dirigente mexicano y campesino Emilio Zapata, “si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno”.

 

     Dicen que “año nuevo es vida nueva”.  Y ya que en los doce meses anteriores no se pudo asaltar el cielo, al menos, por lo que nos toca, habrá que glorificar (nunca mejor dicho) a la inmensa pupila azul del firmamento, aunque bueno sería que se enfoscara un rato y llorara a raudales, que los campos ya van hartos de heladas y de soles.  Pero que, luego, volviera el color azul, aquel que para el poeta Juan Ramón Jiménez Mantecón era “el de la plenitud y de lo absoluto”, y  para los primeros republicanos de la Revolución Francesa, el que se oponía al blanco monárquico y al negro del partido clerical.  Definitivamente, nada que ver con el azul de las gaviotas de los muladares.  También la musa de algunos tiene sus pupilas como dos hermosísimas hojas de aciano.  Y como esa musa se merece todo aprecio, admiración y consideración, y porque nos exige una vida nueva el año nuevo, y porque ya son las tres de la tarde y hay terribles ganas de comer, despidamos al Año Viejo y recibamos al recién estrenado con todo un soneto gastronómico, construido por uno de esos quijotescos poeta

 

                                                          Es fácil decir: “Te comería a besos”.

                                                         ¿Pero y decir “te comería entera”?

                                                         Eso quiero yo, aunque sea una quimera:

                                                         Preparar un revuelto de tus sesos

 

                                                          y un rico caldo extraído de tus huesos;

                                                          estofar tu lengua, tan parlera;

                                                          derramar dorado óleo de aceitera

                                                          y ya puestos a cometer excesos,

 

                                                          aviar tu corazón con un sofrito

                                                          y comerme tus muslos y tus senos.

                                                          A ver si así de ti me quedo ahíto

 

                                                          y a mi hambre canina pongo frenos.

                                                          Devorarte ansío, como cruento rito

                                                          que aplaque mis turbiones y mis truenos.

                                                        


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