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Me cuentan que el pequeño Museo de la Semana Santa está muy deteriorado, que no
funcionan la mayoría de los aparatos de utilización directa y que faltan modelos de
hábitos. Me he disgustado. Ha sido siempre un recinto ampliamente visitado, de agrado
para los turistas de cualquier lugar, que cada día nos visitan.

La idea de hacer un pequeño recinto con reminiscencias “semanasantiles” surgió en mi
legislatura como alcaldesa y fue propia del concejal de Turismo. Entendía él que Cáceres,
al ser una ciudad construida en la ladera de una montaña, está poco indicada (y mucho
menos su parte monumental) para guardar las grandes imágenes de la Pasión en algún
edificio de la parte histórica, tal como se hace en otros lugares de España, mucho más
llanos. Las pesadas figuras y los grandes carros en las que se llevan son difíciles de
trasladar. Figúrense por cuestas.

Así que descartado un Museo al uso, creímos interesante, turísticamente hablando, el
convertir un lugar especial del casco histórico en sitio representativo de algunas de las
características más importantes de la Semana Santa cacereña, tanto más cuando ya
entraba en nuestros planes intentar (preparando dossieres) conseguir el título de Semana
Santa Internacional, lo que la permitiría entrar en un circuito selecto y darle mayor
renombre.

Ese lugar existía: es un espacio no excesivamente grande, situado en el edificio de la
Preciosa Sangre, y cuya puerta da a las escaleras de bajada desde San Mateo a la Plaza
de San Jorge. Allí, junto a un bello aljibe que se restauró, escenificamos a través de
vídeos en funcionamiento los momentos clave de los desfiles procesionales cacereños.
En maniquíes, modelos de los hombres y mujeres cofrades, se colocaron las diferentes
clases de hábitos que visten, mientras una gran maqueta situada en el centro del local
representaba la gran Procesion Magna que cada cinco años realiza un compendio, el día
de Viernes Santo, de todas las existentes durante la semana de Pasión.

Me cuentan que ya no se puede hacer la prueba de fortaleza e intuir lo que se siente al
cargar con las andas, ni huele a incienso y otros olores típicos al acercarse a las vasijas,
tal como antes ocurría, porque todo está desgastado y no se ha repuesto. Los
mecanismos que lo permitían no funcionan y el turista prueba y al ver que no es posible
obtener ni olores, ni peso, se va desilusionado. Lo que si permanece es el aljibe, eterno,
por su propia configuración, sinónimo de seriedad en el trazado. Afortunadamente.

Espero que lo solucionen. Por sentido común. De nada valen los títulos y los
nombramientos notables si luego la realidad desmiente la excelencia y lo publicitado. La
ciudad siempre permanece, consigamos que lo haga dignamente. Será una buena
inversión, nos sobrevivirá a todos.


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