Querida “Ari”:
Todo sigue igual. Igual de mal. Ya sabes: seguimos con la vaina esta de la epidemia, que si fases, que si caretas, patatín y vírgulas. El panorama social, pavoroso. ¿Recuerdas cuando te cantaba aquello de “Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios/ una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”? Pues en eso andamos de nuevo, “Ari”. ¿De caza? Nada, tenemos todo el verano por delante. Además, sin ti, no me apetece nada salir al monte escopeta en brazos. Nos matan a disgustos por todos lados. A veces, te envidio. Tú, en ese mundo del espíritu, a salvo de sinsabores y malos tragos de esta vida terrenal. ¡Si vieras lo que bulle en las altas esferas! Los de abajo, como nosotros, pendientes de lo que decidan los poderosos que hoy mangonean en las cloacas del poder. Sí, sí, ya sé que no debo perder la calma. Tú eres como esos maestros que he descubierto hace unos años: Séneca y Marco Aurelio. Enfadarme, irritarme, ¿para qué? Raro era que tú te enfadaras si algún perro impertinente trataba de molestarte. A pesar de tu ejemplar conducta, yo ya ves cómo me pongo cuando vienen torcidas. Ahora el panorama social, de esta patria herida, no es que esté torcido, está retorcido. Desde que aquel tipo abrió la herida, que había cicatrizado, y metió en ella su pérfida mano, este suelo patrio no deja de dar bandazos sin ton ni son. ¿Qué dónde estás tú ahora? Mira, “Ari”, hay una vida terrenal, otra “eternal” como decía Jorge Manrique, y una tercera que es la del recuerdo, amor y memoria de los seres queridos. Ahí estás tú. Aquí conmigo y con todos los que te quisieron. Quédate tranquila y tengamos ambos paciencia. ¿Recuerdas aquellas perdices que se levantaron largas en el collado de la majada de “Perrín”? Pues, tarde o temprano, iremos los dos a por ellas. Te abraza y te quiere tu amigo.