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El Papa Francisco acaba de pronunciarse pidiendo su abolición. Considera que es una práctica “inadmisible”. Nunca se alcanzará la justicia matando a un ser humano.

Desde hace siglos escritores y juristas han clamado contra las torturas y la  pena de muerte. Uno de los más combativos fue el  penalista  italiano, Cesare Beccaria quien en su obra “De los delitos y de las penas” rechazó con contundencia la utilización de tormentos para obligar al reo a confesar y   la pena de muerte es  la más grave violación de los Derechos Civiles.

Este italiano universal expuso las terribles consecuencias de una condena irreversible.  Con su obra intentó que se modificara la legislación aboliendo no solo la pena de muerte sino también los castigos físicos.  Defendía que las penas han de servir únicamente para  que el delincuente no pueda causar nuevos daños y que  los  ciudadanos se abstengan de cometer delitos. Las teorías de Beccaria  fueron muy criticadas en principio; su ensayo tuvo que publicarse en clandestinidad, pero incluso el Código Penal Británico recogió  sus criterios. Con posterioridad otras leyes del continente siguieron el ejemplo.

Víctor Hugo se enfrentó a los poderes públicos, reprochando su incongruencia. Decía que no pueden enseñar que no hay que matar, matando. Bernad Shaw dijo que el asesinato en el cadalso es el más execrable aunque tenga  la aprobación de la sociedad.  Dostoievski  mantuvo  que matar a quien mató es un asesinato cometido mediante un acto civil.

El escritor Manzoni en su obra“Historia de la Columna Infame.” criticó con dureza el sistema judicial de la época relatando  una abominable historia procesal de la que culpabilizó a los jueces que habían aplicado atroces  torturas a  un barbero y a sus ayudantes hasta la muerte para que confesaran que la peste de Milán se produjo por  los  ungüentos  esparcidos en la ciudad por los encausados.

Con esta teoría el autor quiso conmover  a los lectores con la descripción de los castigos aplicados sin piedad por  los representantes de un sistema procesal y social  que utilizó esa práctica siniestra para obtener la confesión de los reos sabiendo a ciencia cierta que no había crimen. Para mayor horror, el Tribunal mandó erigir una columna en la casa de los reos  que recordase su memoria. En el Prefacio manifiesta su  pesar al relatar lo sucedido, pero añade que  si una sola tortura o pena de muerte se evitase, merced a los horrores que en él se describen, bien empleado estaría el doloroso pesar de escribirlo. Leonardo Sciascia, al prologar la reedición  de la obra de Manzoni, expresó su indignación sosteniendo que  “estamos comprobando que ciertos mecanismos perversos no son privativos del siglo XVI  y por ello los errores del pasado no deben olvidarse, han de rememorarse de continuo y preciso es, vivirlos y juzgarlos en el presente”.

Hay que admitir que en esa época la tortura y la pena de muerte se aplicaban en casi toda Europa, excepto en Suecia y en el Reino Unido,  y debemos resaltar con orgullo, que tampoco en el Reino de Aragón como señala Antonio Gómez, en su obra “de tortura reorum”.

Esta obra de Manzoni  permaneció desconocida muchos años, tal vez por la vergüenza de la estremecedora condena. Fue Pietro Verri, quien se propuso, después de ciento cuarenta y siete años del ominoso juicio, demostrar la inocencia de los acusados reclamando para ellos una rehabilitación, aunque fuera tardía.  La obra de Verri, escrita en 1777  se dio a conocer  muchos años más tarde. El editor justificaba el retraso aduciendo que “se temía que la antigua infamia manchara la honra del Senado”. La memoria de los  injustamente condenados  y perseguidos  quedó  al fin reparada.

La Columna “Infame “de Milán fue derribada en 1778  pero la idea de justicia sigue siendo en muchos países como hace siglos. Falta mucho camino por recorrer.  Hay que clamar contra tan grave atentado en cualquier ocasión y no solo un día Internacional, para poder llegar a  lo que Jürgen Habermas llama un  “universo moral”, base indispensable para conseguir  la paz perpetua que proclamaran los filósofos  Emmanuel Kant y Fitche.

La gran escritora extremeña María Antonia Morales escribió una obra de teatro titulada un Tribunal para la Inocencia que es un verdadero alegato contra la pena capital. Braulio, el protagonista se expresa con pesar  manteniendo su inocencia, pero cree que será condenado “por ser pobre”.

En España fue abolida en la Constitución de 1978 declarando el derecho fundamental a la vida y a la integridad física. El profesor de Derecho Penal, Dorado Montero se había pronunciado muchos años antes  declarando que las penas deben tener una finalidad exclusivamente protectora y tutelar.

Los delincuentes por muy perversos que hayan sido sus crímenes  tienen derecho a un proceso con todas  las garantías tal como  establecen las Cartas Magnas y las Convenciones Internacionales de todos los países civilizados. Siempre que se tenga oportunidad hay que repetir el rechazo a las torturas y a la pena de muerte que, como se ha comprobado, no  disminuye la criminalidad.

La autora es Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación


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