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El fraccionamiento de una ciudad encerrada

OPINIÓNCÁCERES
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Tienen los lugares pequeños muchas cosas en contra de su propio avance. Además de la
inercia, disponen de un arsenal de taumaturgias que les alejan de la racionalidad. Y una
de ellas es la querencia de muchos por ser pequeños líderes de causas diversas.

Cabezas de ratón. Una causa, un dirigente. Y así en cada barrio hay un jefe, a veces más,
y las plataformas con fines políticos pululan por doquier, cada cual a lo suyo. Eso, por no
hablar de los partidos (antiguos y nuevos), que también están ahí, retrasados y divididos
en su concepción de algunos asuntos. Ignoro por qué no asumen que tanto
fraccionamiento los debilita como conjunto, como ciudad, provincia o región.

En mi último viaje a México asenté, aún más si cabe, dos potentes convicciones: una, que
a veces es precisa la distancia para examinar mejor, y desde otros puntos de vista, a un
país y sus gentes, y dos, que cada uno de nosotros y dentro de sus características, es
dueño de su imagen, sobre la que puede trabajar y vivir. El empecinamiento íntimo en un
estilo y forma de vida da seguridad a quien lo tiene, cubre sus inseguridades y complejos,
pero no le permite avanzar. Si no “se sale” hacia fuera del propio entorno y sus defectos,
nunca hay conflicto porque no se dispone de “algo” con qué comparar, pero puede
resultar castrante para cualquier evolución personal o colectiva. A menudo he notado esa
reacción en mis interlocutores cuando les cuento algo que les es ajeno y no entra en el
campo de sus intereses más directos. Y a veces, incluso, hasta responden con una
especie de conmiseración hacia otras formas de vida y otros países.

Y al revés. Cuando explicas algunos aspectos de tu realidad diaria a quien se ha criado y
vive en un entorno físico y social diferente, notas su gesto de sorpresa, de indiferencia o
desprecio, ante un manejo distinto de las emociones y estímulos. Por eso son tan
laboriosos los verdaderos lazos de amistad cuando hay percepciones tan distintas. Todos
sintiéndonos un poco “islas flotantes” en medio del océano, impregnados con culturas
diversas y distintas. De ahí que desconfíe mucho de esos proyectos sugeridos por gentes
de más allá que dicen venir en pos de unas buenas vibraciones. Porque son bastante
improbables de creer y realizar. Salvo que se construyan para esconderse en sus propias
burbujas, algo que también podría ocurrir.

Juan Marsé, el gran escritor, tiene libros con títulos carismáticos, de esos que te vienen a
la memoria, cuál frases hechas, en momentos determinados de la vida. Uno de ellos es
“Encerrados con un solo juguete”, La novela, como sin duda saben, narra la vida de unas
personas que no saben muy bien a donde se dirigen y por qué, que se rozan al paso pero
no se juntan, porque aunque conviven no se entienden, y que, al cabo, traducen su
incertidumbre en rechazo.

El juguete predilecto de los pequeños lugares es su conservadurismo esencial frente a
cualquier influencia exterior, o incluso ante cualquier avance propiciado por gente de
dentro. La respuesta frente a los interrogantes que surgen cuando llega una opción
nueva, la dan las fuerzas fácticas existentes incluso dentro de los grupos que se
autodenominan progresistas, al aplicarse (en una dirección o en su contraria) para
devolver todo a la más estricta quietud, en vez de ayudar a quien en un momento
determinado lleve la antorcha del progreso y tenga más opciones de colocarla en su sitio.


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