la opulencia 14 1024
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Yo acostumbro a guardar noticias y fotografías. Es un vicio menor que en el pecado lleva la penitencia porque lo guardado ocupa espacio y a veces es complicado racionalizarlo.

En la juventud recopilaba recetas culinarias. Recortadas de cualquier sitio. Lo cual teniendo en cuenta que no me gusta mucho cocinar, lleva consigo un plus de mérito. Durante un tiempo llené y llené carpetas con ellas, de esas clásicas de color azul con gomas en los lados y las colocaba todas en un extremo de unos estantes artesanales con los que revestí las paredes de una habitación usada como Estudio. Pocas veces las utilicé, salvo un verano caluroso que pasé íntegro en Cáceres. Entonces sí, compramos unos cuantos electrodomésticos y preparar platos refrescantes y riquísimos se convirtió en algo parecido a la diversión. Estuvo bien.

Pero a lo qué iba. Guardo fotografías y noticias de particular interés para mí por diferentes razones. Entre las primeras se encuentra de todo. Cuando transcurre un cierto tiempo, de vez en cuando las miro, porque el lenguaje corporal es incuestionable. Ahí están los movimientos tímidos y los desvergonzados, las caras cansadas y las aburridas, también las expresiones de los jóvenes neófitos cuando piensan que con ellos se ha alcanzado la tierra prometida.

Para las generaciones educadas en la humildad como postura inteligente, estos tiempos son unos manirrotos. Todos los que elogian políticamente a los suyos en las redes han escogido la exageración como bandera y los “más que” como insignia distintiva. Creen que así los benefician en la opinión que de ellos alcanzará el gran público porque se creen influyentes. En realidad lo que sucede es que hasta ahora no habían aprehendido nada de lo que se ha gestado en el espacio común de todos y como ahora lo contemplan desde un primer nivel, están conociendo la abundancia del esfuerzo, el rio sin fin que significa cualquier lugar donde viven personas, la vida qué fluye en suma, estemos o no estemos unos cuantos. Que eso es lo de menos.

El mundo rueda en lo fundamental de manera un tanto autónoma, aunque algunos crean que lo levantan en sus manos cada día. A veces pienso que solo el interés propio les mueve a ensalzar sin medida, protegerse en el lenguaje del grupo, parlamentar sobre supuestos méritos, sin vacilaciones. Eso al menos (creen) les dará la confianza de los aludidos, y hasta una cierta estabilidad en el propio empleo.

La realidad puede que no coincida con sus apreciaciones. Y ese puede ser el error garrafal que estén cometiendo. Porque cuando hablas el lenguaje corriente de la calle, ese que maneja el más alto y el más bajo de cada uno de nosotros, te das cuenta de que al pueblo soberano no se le engaña. Ni con brillos, ni con coheterías facilonas. Y se ha dado cuenta hace mucho tiempo que los hechos cantan más que las palabras.

La pandemia nos aplanó a todos, y algunos pudieron tener la sensación de que todo iba a ser como durante la misma, cuando estábamos pendientes de nuestra salud de manera prioritaria y dejamos de fijarnos en otras cuestiones. Pero afortunadamente aquel tiempo pasó  y hoy todo el mundo tiene ojos en la cara.


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