Este tiempo extraño nos regala la geometría de las alpacas de paja en el campo recién segado, la promesa del espigadero y de los atardeceres cada vez más tempranos. De San Juan a San Pedro van cinco días, y la alegría de la fiesta se ha tornado esa resignación que nos tapa la boca en la calle con una mascarilla de mueca triste. Nada es normal. Y julio se asoma extraño y azul, envuelto en el plástico crujiente del estreno. Julio y su promesa de vacaciones, de piscina fragante a cloro, de días largos, de calor que da sueño tras la comida. Helado que gotea y terraza que se llena mientras se calienta la cerveza recién tirada. Cristal con vaho que se empapa.
El verano tiene una cualidad lenta y gozosa que ahora no sabemos si vendrá mientras en el balcón, en el patio, en el jardín de privilegio, nos apretamos para disfrutar del aire, aire, aire, aire, y de ese olor químico a piel recién untada. El verano tiene promesa de agua fría, de levedad salada en ese platillo que acompaña a la bebida o en el que queda en la piel tras salir del mar. Nosotros, los de acá adentro, los mesetarios curtidos como tierra en barbecho, no sabemos del mar y miramos con saudade la nariz lusa de la playa del oeste. La promesa de la arena que corre entre los dedos, la espuma de los días que se amontonan mientras el vestido blanco se arruga una y otra vez por el sudor. Olor a lycra mojada, toalla húmeda, promesa del lujo de no preocuparse por la comida, por el dinero, por el tiempo que se duerme con gusto tras la comida que no compras, que no cocinas, que no te deja sucios los platos de la obligación… sin embargo, este julio extraño de miedos, de faltas, de duelos, de pobreza, de incertidumbre, probablemente sea un tiempo de casa, de bar de barrio donde recontar las monedas que pagan una sola caña, la que nos regalamos con la seguridad de que hacemos lo correcto y, de nuevo, nos quedamos en casa.
Verano extraño donde dolernos de la falta. La falta de quienes murieron, de quienes perdieron el trabajo o dos meses de sueldo. Los ahorros se volatilizaron, las ayudas se gastaron para lo urgente y lo necesario ahora nos reclama mientras las vacaciones parecen tan lejanas… porque no ha habido tiempo de primavera, de cansancio al ir y venir al trabajo, semanas que se cuentan, se tachan, se desean… es así. Este verano ha llegado sin alegría, sin fiesta de guardar, sin San Juan de hoguera y San Pedro con la llave que abre y cierra. El verano solo tiene esa constancia generosa de la cosecha recogida y de la alpaca jugando a la geometría de lo que siempre esperamos, ahí, en el campo nuestro donde se mantiene la leve, la milagrosa, la sempiterna constancia del calendario. Paja recogida, orden en los surcos amarillos del espigadero. Tiempo que pasa, real como un milagro.