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-Yo soy muy de hablar.

En el pequeño comedor del restaurante, humea un cuenco de barro que contiene el caldo, la nutricia comida que no casa con este sol que recalienta aún más el adobe del que está hecha la vecina ruina que no se cae, balcones de vigas de madera tan añosas como resistentes. El calor golpea la aldaba callada, la puerta de viejos listones, la casa aún hermosa con su ocre de otoño, con sus ladrillos, barro y paja, todavía reconocibles en su geometría cuadrangular de aristas suavizadas… es el resto de una vida que se derrumba ahí, al lado de la carretera, frente a la casa de dos pisos cuidada y moderna que acoge el restaurante pequeño, el bar donde se paran los coches que van y vienen…

Recorremos sorprendidos la toponimia que no conocemos mientras, a orillas del Esla, en la Zamora oculta, preciosa como joya románica, se suceden los chopos, la verdura del regadío, los álamos del río. En Santa Marta de Tera, la exquisita nave parece conjurar el tiempo y el espacio, y la mano de Santiago Apóstol, inmensa en su cualidad de piedra, detiene a los peregrinos del Camino, nos para en el trayecto de la gracia. Y al borde de la carretera, las bodegas horadadas en la tierra, la puertecita cerrada que esconde el proceso secular del vino, la vid y su sarmiento retorcido que se madura a este sol que nadie entiende… y cerquita de Santovenia, la gente se baña en la playa fluvial, junco y barro para conjurar un otoño sin matices de dorado fulgor, sin frescura de tardes de chaqueta. Los membrillos estarán, donde mi madre, casi a punto de rendirse a la dulzura madurada.

La mujer que nos alimenta en este lugar pequeño es muy de hablar y nos cuenta que se jubilan y nadie quiere el negocio a pesar de ser el suyo un tráfico provechoso, que no mata y sí alienta la charla y el café caliente. La mujer que se sorprende de que nadie tome el relevo tiene una sonrisa fácil y un gusto a cocina recién hecha, a maternidad que se sirve en el plato rebosante. Quiere ver cosas, leer, dedicarse a mirar la vida de otra forma… y sin embargo, le pesa el saber que nadie aprovechará esta barra pequeña y acogedora como forma de vida. La gente volvió a sus bebederos y está, pese al calor, el pueblo vacío. Pueblo que atravesamos y que tiene los bares cerrados, cerradas las gasolineras que sucumbieron al poder de la autovía ¿Qué será de estas gentes sin lugar donde juntarse en el invierno falto de luz de las tierras nuestras? Atravesamos kilómetros de insólitos humedales, tierras de labor, encina y roja teja, y nos preguntamos dónde parar, dónde sentir el latido del paisaje y los apretados, hermosos pueblos de espadañas enhiestas. Es la España que se vacía a cada rato, el lugar que revivir, historia nuestra.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.


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