En la actualidad muchos insisten en que no hay que creer las promesas que se presentan en las campañas electorales. Ya dijo el profesor Tierno Galván con toda tranquilidad que Lo prometido en elecciones está para no cumplirse. Se ha contado con frecuencia un relato de interés: dos amigos van a robar peras (muy ejemplar) y uno le dice a su compañero que doble la espalda, él se subirá encima para alcanzar la fruta del árbol y luego repartirán lo adquirido. Así sucede y el que lo propuso cuando cogió las peras se fue corriendo y dejó al amigo sin su reparto. Se contaba a los niños para que tuvieran cuidado con los engaños, con las falsas promesas. Ahora parece aplicable en toda su extensión.
La Vicepresidenta del Gobierno acaba de manifestar con naturalidad que lo que ha expresado el Vicepresidente segundo diciendo que España no es una democracia plena, es una frase que no hay que tener en cuenta, son cosas que se dicen en los momentos de campaña electoral. Con esta aseveración está reconociendo que las mentiras son abundantes en los tiempos electorales. Por el contrario hay que señalar que la excelente filósofa alemana Hannah Arendt defendía que la verdad en la esfera política es una herramienta fundamental, exigible en el espacio público democrático. Los ciudadanos necesitan que se exponga la situación real de su país, se precisen sus logros, se reconozcan los fracasos para que el colectivo social sepa dar el voto a quien lo merezca. “La verdad os hará libres”, es una cita bíblica muy divulgada.
Algunos tratadistas han considerado que ciertas mentiras incluso pueden ser saludables si tienen buena intención. Se ha dicho que el pueblo es hielo ante las verdades y fuego ante las mentiras, es decir que mentir es rentable, en definitiva.
Las mentiras políticas se han clasificado en varios tipos. En primer lugar se incluyen los libelos difamatorios que degradan la reputación de enemigos políticos, hay que tener en cuenta que pueden ser condenables por calumniosos, le siguen las promesas que se presentan en tiempos electorales para rellenar un espacio y no llegan a creerse y, por último, las mentiras de traslación: traer al presente hechos históricos que se desfiguran con absoluta desfachatez para obtener réditos. También hay que incluir la aceptación tácita de la mentira. Se cita como ejemplo clásico la reacción de Platón ante el juicio y condena de Sócrates. Sabiendo que era inocente, aceptó la mentira y no se pronunció en su defensa.
Se sabe a ciencia cierta que la mentira se difunde deliberadamente en política, no se improvisa, se estudian con precisión sus posibles resultados. Va penetrando subrepticiamente y termina por prevalecer convertida en aparente verdad. No solo mentían los políticos de otros tiempos. En el siglo XX se advierte que la mentira ha entrado rotundamente en el consumo masivo.
Hay otra forma encubierta de la mentira: es la costumbre de los altos cargos políticos de contestar a las preguntas relatando hechos no relevantes y ajenos a la cuestión planteada. Es tan común que no replica ni siquiera el que lo plantea. Costumbre que viene de lejos. Se ha divulgado que cuando preguntaron a De Gaulle por el comportamiento de Francia en la Segunda Guerra Mundial, contestó hablando de Juana de Arco es el método conocido como Olledorf que se aplicaba en los estudios de la lengua inglesa .La pregunta ¿cuántos años tienes? Respuesta; está lloviendo en la ciudad. Era para practicar frases corrientes del idioma. En política se ha hecho normal.
Conviene señalar que muchos ciudadanos saben apreciar la honestidad de las propuestas para decidir sus apoyos. Lo estamos apreciando en estos momentos: no se han tenido en cuenta las inconsistencias oficiales sobre los datos de la pandemia, ni las contradicciones tan diversas. Los ciudadanos son inteligentes. Las mentiras no son creíbles, cuando es evidente la falta de verdad, los propios que las emiten se atreven a decir que no se las crean porque se debe al clima electoral Es decir que se reconoce que se miente para alcanzar votos. Una falta de ética generalizada que apenas tiene réditos.
Guadalupe Muñoz Álvarez
Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación